Dr. Anthony Costello, Director del Departamento de Salud de la Madre, el Recién Nacido, el Niño y el Adolescente de la OMS, y
Dr. Stefan S. Peterson, oficial jefe de servicios de salud del UNICEF
El rey Enrique VIII, Jean-Jacques Rousseau y Mary Shelley, autora de Frankestein, perdieron a sus madres debido a infecciones tras el parto, y en la literatura abundan las tragedias de muertes maternas, desde "A Christmas Carol" hasta "Wuthering Heights", "Far From the Madding Crowd", "A Farewell to Arms", "Revolutionary Road", "Lolita" y "Harry Potter".
Ahora bien, la mortalidad materna e infantil no se circunscribe al pasado ni mucho menos a la ficción. Cada año, más de 30 000 mujeres y 400 000 recién nacidos pierden la vida por infecciones relacionadas con el parto. La mayoría de esas defunciones se producen en países de bajos ingresos, y la situación solo puede empeorar, dado que los antibióticos disponibles para tratar infecciones están perdiendo eficacia debido a la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos.
Recién nacidos que no responden a tratamientos convencionales

Según estimaciones actuales, cada año más de 200 000 recién nacidos pierden la vida por infecciones que no responden a los medicamentos disponibles. Estudios basados en datos de grandes hospitales, en los que los microbios desarrollan con mayor probabilidad resistencia a los antibióticos, revelan que un 40% de las infecciones en recién nacidos son resistentes a los tratamientos convencionales.
Los partos pueden ser riesgosos. Los lactantes, especialmente si son prematuros, no han desarrollado completamente el sistema inmunitario, por lo que son más vulnerables a enfermedades, tanto por virus que portan sus madres, o por infecciones intrahospitalarias. Por supuesto, esta probabilidad aumenta en instalaciones sanitarias carentes de aseos, agua corriente y otros elementos sanitarios básicos, como suele ocurrir en países de bajos ingresos. Si bien esos países han realizado algunos progresos mediante a iniciativas relacionadas con el agua potable y el saneamiento, la inmunización y el uso de antibióticos, los avances son frágiles.
En los países de altos ingresos la mortalidad materna e infantil es en la actualidad poco frecuente, gracias a un siglo de mejoras en materia de higiene y control de infecciones. Por ejemplo, a partir de 1934, cuando se dispuso de sulfamidas, las infecciones se pudieron tratar rápida y fácilmente en el lugar, y las tasas de mortalidad se redujeron extraordinariamente.
No obstante, la eficacia de los antibióticos llevó a muchos dispensadores de atención sanitaria a prescribirlos innecesariamente, y en la actualidad la gente los toma cuando no los necesita, por ejemplo, en caso de una infección viral como la gripe. Además, los antibióticos se están administrando indiscriminadamente al ganado y a los peces para estimular la producción de alimentos. A tenor de algunas estimaciones, menos de la mitad de todos los antibióticos que toman las personas son realmente necesarios, y su uso en animales es aún menos necesario.

Ahora sabemos que esta es una receta desastrosa. La mayor frecuencia de uso de los antibióticos acelera el proceso por el cual los microbios desarrollan resistencia. Rápidamente, el antibiótico se vuelve ineficaz. Peor aún, muy pocas empresas farmacéuticas están desarrollando nuevos antibióticos para reemplazar a los que están perdiendo eficacia.
Esto revela las dos caras del problema. Mientras que los antibióticos se usan desmesuradamente en algunos lugares, son inaccesibles en otros. En África mueren más niños por falta de acceso a los antibióticos que por infecciones resistentes a los antibióticos. De hecho, muchas defunciones se deben a infecciones tales como la neumonía bacteriana, que se debería poder tratar fácilmente.
Solucionar los problemas de acceso y exceso
Para salvar las vidas de madres y lactantes deberemos hacer frente tanto al problema del acceso como al del exceso. En pocas palabras, quienes necesiten antibióticos que puedan salvarles la vida deben recibirlos, y quienes no los necesiten, no.
La medida más importante consiste en frenar la propagación de la infección, de modo tal que los antibióticos no tengan que utilizarse en primer lugar. Todos los centros de atención de salud deben tener, como mínimo, servicios de agua corriente y saneamiento, y los profesionales sanitarios deben observar buenas prácticas de higiene, en particular el lavado de las manos.
Además, los centros deberán aplicar políticas para dar de alta a las madres y los recién nacidos más pronto que tarde, a fin de reducir la posibilidad de exposición a microbios infecciosos, e informar a las madres acerca de la importancia de la lactancia materna para reforzar el sistema inmunitario del recién nacido. Por último, cuando se recurra a los antibióticos, los dispensadores de atención de salud deberían confirmar que esos fármacos son realmente necesarios y recetarlos en dosis apropiadas.
“Para salvar las vidas de madres y lactantes deberemos hacer frente tanto al problema del acceso como al del exceso. En pocas palabras, quienes necesiten antibióticos que puedan salvarles la vida deben recibirlos, y quienes no los necesiten, no.”
Dr. Anthony Costello, Director del Departamento de Salud de la Madre, el Recién Nacido, el Niño y el Adolescente de la OMS
Afortunadamente, las instancias normativas de todo el mundo han comenzado a prestar atención a este problema. En 2015, la Asamblea Mundial de la Salud, órgano decisorio de la OMS, adoptó un plan de acción mundial para hacer frente a la resistencia a los antimicrobianos. El plan establece un marco para aumentar la sensibilización acerca del problema, obtener más datos, desarrollar nuevos fármacos e instrumentos de diagnóstico, alentar prácticas que permitan reducir las infecciones, optimizar el uso de antibióticos e invertir en el mejoramiento de las capacidades nacionales en materia de atención de salud y saneamiento.
En la próxima reunión del G20, que tendrá lugar en China, y posteriormente en una reunión de alto nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas, los dirigentes mundiales examinarán la cuestión relativa a la resistencia a los antibióticos. Así debería ser, dado que ninguna frontera ni muro frenarán a las bacterias farmacorresistentes. Para hacer frente a un problema que amenaza las vidas y la salud de madres y lactantes en todo el mundo se requiere un compromiso real de todos los gobiernos.