Durante más de dos años, los países del mundo han trabajado juntos para lograr un objetivo histórico y generacional: estar mejor preparados para la próxima pandemia a partir de las lecciones extraídas de la devastación causada por la COVID-19.
En un momento en que los conflictos, la política y la economía provocan destrucción, discordia y división, los Gobiernos soberanos han encontrado una manera de trabajar de forma colaborativa para forjar un nuevo acuerdo mundial que proteja al mundo de futuras e inevitables emergencias pandémicas.
Esta tarea fundamental, impulsada por cientos de negociadores bajo el mandato de más de 190 naciones, se puso en marcha en medio del acontecimiento más devastador de nuestras vidas.
Según recuentos oficiales, la COVID-19 se saldó con más de siete millones de muertos, pero es probable que el balance total de víctimas fuera mucho mayor. A nivel mundial, provocó pérdidas por miles de millones, tal vez incluso billones, en la economía mundial y la agitación social por la destrucción de empleos o el cierre de escuelas marcó a las comunidades de todo el mundo.
En el punto álgido del desastre, con los hospitales de todo el mundo abarrotados de pacientes que eran atendidos por trabajadores de la salud al límite de sus fuerzas, algo más de veinte dirigentes mundiales se unieron para hacer un llamamiento mundial y decir «nunca más».
Declararon que sus comunidades, y todas las de las demás naciones, nunca más deberían, frente otra pandemia, quedar abandonadas a la vulnerabilidad sufrida la última vez. Coincidieron en que los Gobiernos nunca más deberían dejar de cooperar en el intercambio de información, equipos médicos y medicamentos vitales. Y subrayaron que nunca más los países y las comunidades más pobres del mundo podían quedar al final de la cola en el acceso a herramientas para salvar vidas, como las vacunas.
La equidad –dijimos entonces y seguimos diciéndolo ahora– debe ser nuestro faro de referencia.
Lo que se necesitaba, declararon entonces presidentes y primeros ministros, era un acuerdo histórico que comprometiera a los países a trabajar juntos, más allá de las fronteras, reconociendo que los virus letales no respetan los confines de los territorios en los que vivimos, el color de nuestra piel, ni la cantidad de dinero que tenemos en el bolsillo.
Esto impulsó la decisión de los 194 Estados Miembros de la Organización Mundial de la Salud de emprender paralelamente dos iniciativas históricas: comenzar a negociar el primer acuerdo sobre pandemias para la prevención, preparación y respuesta frente a ellas y, al mismo tiempo, realizar una serie de enmiendas destinadas a objetivos específicos en el Reglamento Sanitario Internacional vigente, el manual general que los países utilizan para detectar, alertar y responder a emergencias de salud pública.
Estas iniciativas se pusieron en marcha en un momento en que la polarización y la división política y social han creado barreras aparentemente impenetrables entre muchos países.
No obstante, en lugar de sucumbir a tales tendencias geopolíticas, estas iniciativas lideradas por los Gobiernos y que han cristalizado en Ginebra han unido a las naciones para que el mundo sea más seguro frente a la próxima pandemia.
Las negociaciones sobre estas iniciativas verdaderamente vitales siguen en curso esta semana y la próxima, y está previsto que se examinen en la 77.ª Asamblea Mundial de la Salud, que dará comienzo el 27 de mayo en Ginebra.
Con la línea de meta tan cerca, nunca antes el desafío al que se enfrentaba el mundo había sido tan importante. Quedan cuestiones clave por resolver, sobre todo en lo relativo a cómo el acuerdo sobre pandemias garantizará la equidad para todos los países a la hora de prepararlos para prevenir o responder a la próxima pandemia.
«Hacer operativa» la equidad ha sido un estribillo habitual durante las conversaciones.
Esto implica lograr que los países tengan acceso garantizado en tiempo real a las capacidades necesarias para proteger a sus trabajadores de la salud y a sus comunidades de la amenaza de una pandemia, de modo que no se repitan las inequidades vividas en el acceso a vacunas, medios de diagnóstico, tratamientos, equipos de protección personal y otras herramientas vitales.
Hacer operativa la equidad consiste en que todos los países cuenten con sistemas de salud sólidos para garantizar la prevención, preparación y respuesta colectivas ante futuras pandemias, dondequiera que surjan.
La seguridad sanitaria mundial depende de lograr que no haya eslabones débiles en la cadena de defensa contra los patógenos con potencial pandémico; y la equidad sanitaria mundial es clave para que todos los eslabones de la cadena sean sólidos.
Requiere la colaboración entre los países para compartir lo necesario, desde patógenos y medios de diagnóstico hasta información y recursos, con miras a trabajar mejor juntos y evitar que se repitan los horrores causados por la COVID-19.
Y se caracteriza por un liderazgo político, desde los niveles más altos de todos los países, que garantice el fortalecimiento de la colaboración mundial, y no de un nacionalismo de miras estrechas, para superar las brechas a las que se enfrentó el mundo durante la respuesta a la COVID-19.
El acuerdo proporciona la base sobre la que construir el futuro enfoque colaborativo del mundo para prevenir la próxima amenaza pandémica. Llenará el enorme vacío revelado por la COVID-19 en la preparación del mundo para trabajar juntos, de manera efectiva, con miras a prevenir la propagación de virus potencialmente mortales.
Se basa en el reconocimiento de que solo podemos tener una verdadera seguridad sanitaria mundial cuando todos y cada uno de los países sean más fuertes.
El acuerdo refuerza la idea de que la seguridad sanitaria mundial es más fuerte cuando existe una verdadera equidad sanitaria mundial, lo que nos recuerda a todos que nadie está a salvo de un virus con potencial pandémico hasta que todos lo estemos.
Además, con un acuerdo sobre pandemias la equidad sanitaria mundial será más fuerte y estará asegurada.
El acuerdo sobre pandemias no es un mero trozo de papel. En esencia se trata de un instrumento que salva vidas y que establecerá la forma en que los países se relacionarán entre sí en una amplia gama de cuestiones para responder a la próxima pandemia.
Asegurará a todas las poblaciones que su Estado soberano ha llegado a un acuerdo con todos los demás países para trabajar juntos con el objetivo de salvar vidas, proteger la salud y evitar perturbaciones innecesarias en las sociedades y las economías.
En un momento de fricciones y tensiones mundiales como el actual, aplaudo todos los esfuerzos de la comunidad internacional por aprovechar esta oportunidad única de poner al mundo a salvo de las pandemias. El peso de esta responsabilidad compartida se corresponde con los beneficios que un acuerdo sólido proporcionará para la salud y la seguridad de todos.
En otras palabras, el acuerdo sobre pandemias es un instrumento que salva vidas, similar a lo que sería un desfibrilador para el mundo. Esta herramienta debe construirse y ponerse a disposición de todos para su beneficio, y será el reconocimiento de que nadie puede quedarse atrás. Todos debemos sancionarla y saber cómo utilizarla. Y, sobre todo, el acuerdo debe servir para trabajar en la protección y promoción de la salud mundial cuando sea necesario, para nuestros seres queridos, jóvenes y mayores.
Fue originalmente publicado en El Mundo el 19 de mayo de 2024