Flavia Bustreo, Subdirectora General para Salud de la Familia, la Mujer y el Niño
En este momento, en algún lugar de prácticamente cualquier país del mundo, hay una niña de 12 años atemorizada y confundida porque no sabe por qué sangra. No es consciente ni está preparada para los cambios que ocurren en su cuerpo durante la pubertad. Nadie le habló siquiera de la menstruación y no sabe dónde buscar ayuda.

En todo el mundo, demasiadas niñas solo aprenden algo sobre la menstruación el mismo día en que tienen el primer periodo. Puede parecer horrible o absurdo que esto suceda, pero muchas niñas no reciben educación en materia de salud sexual y reproductiva. Sus familias, comunidades y escuelas les han fallado.
Actualmente, para los adolescentes de muchos países es más fácil acceder a pornografía a través de internet o teléfonos móviles que hablar con un adulto de confianza o recibir asesoramiento de un médico o una enfermera. Por lo tanto, en vez de obtener información sólida acerca de opciones saludables, las niñas se ven desbordadas con mensajes ambiguos. Es tiempo de cambiar esta situación.
En el Día Internacional de la Niña, nuestra visión debería ser la de empoderar a cada niña (a los 600 millones de niñas de 10 a 19 años que hay en el mundo) para que puedan elegir opciones saludables en lo concerniente a sus cuerpos, mucho antes de convertirse en mujeres.
Esto es lo que debería ocurrir:
En primer lugar, debemos reconocer que para mantener la salud de las niñas adolescentes se requiere una respuesta amplia en la sociedad, no solo en el sector sanitario.
Recientemente, la OMS puso en marcha, junto con organizaciones asociadas, la Estrategia Mundial para la Salud de la Mujer, el Niño y el Adolescente, en la que, por primera vez, se reconoce que el mundo debe superar los singulares desafíos que plantea la salud de las adolescentes. Si no conseguimos hacerlo no alcanzaremos para 2030 los objetivos mundiales acordados en las Naciones Unidas en septiembre.
Nuestra investigación revela que las inversiones destinadas a reducir los matrimonios precoces en un 10% podrían reducir el número de defunciones relacionadas con el embarazo y el parto en más de las dos terceras partes. La primera medida importante consiste en promulgar leyes para aumentar la edad mínima del matrimonio, como han hecho recientemente algunos países, entre ellos Malawi.
También supone la necesidad de impartir educación gratuita y obligatoria para las niñas, dado que, según sabemos, la educación (especialmente las inversiones destinadas a asegurar la educación secundaria completa) puede contribuir a retrasar los embarazos y mejorar las tasas de mortalidad infantil.
Las leyes por sí solas no pueden impedir que cada día 37 000 niñas se conviertan en novias prenúbiles, ni mantener a salvo de la mutilación genital femenina a 30 millones de niñas en el próximo decenio. Necesitamos que todos los sectores del gobierno y la sociedad colaboren para mantener a las niñas en la escuela, darles trabajo y ayudarlas a cambiar las normas culturales. La nueva estrategia mundial, si se alcanzan plenamente sus objetivos, puede garantizar el compromiso de todos.
En segundo lugar, para preservar la salud de las niñas a medida que se convierten en mujeres se requieren normas mundiales sobre atención de salud del adolescente que todos los países puedan cumplir.
«Aún necesitamos en nuestra sociedad poderosos cambios que nos permitan dar a las adolescentes el apoyo que precisan para convertirse en mujeres sanas con vidas satisfactorias».
Flavia Bustreo, Subdirectora General, OMS
Actualmente, en la mayor parte de los países, los servicios de atención de salud no satisfacen las singulares necesidades de las adolescentes, que se desarrollan rápidamente en los planos tanto físico como emocional. En colaboración con el ONUSIDA, la OMS elaboró las primeras normas mundiales destinadas a ayudar a los países a prestar a los adolescentes servicios de salud de calidad más adecuados.
Cuando las niñas se vuelven sexualmente activas necesitan un conjunto integrado de servicios, incluidos métodos anticonceptivos, acceso a abortos sin riesgo en plena conformidad con la legislación, gestión de las consecuencias de abortos peligrosos, pruebas de diagnóstico y tratamiento de la infecciones de transmisión sexual y atención esmerada después de casos de violencia sexual. Más importante aún, necesitan servicios de salud de confianza que satisfagan sus necesidades de manera integral.
Sabemos que la mala salud mental puede perjudicar los resultados de salud sexual y reproductiva, y viceversa. En la actualidad, la depresión es la principal causa de morbilidad entre las niñas de 10 a 19 años, y el suicidio es la principal causa de defunción entre las de 15 a 19 años. Cada vez que una niña se autolesiona como única forma de afrontar una situación, es un fracaso nuestro.
Por otra parte, los servicios de salud deberían ser gratuitos o de bajo coste, dispensados por profesionales de la salud neutrales, capacitados para proporcionar información sanitaria apropiada a la edad, y empáticos con los adolescentes. Asimismo, los adolescentes no deberían tener que concertar una cita ni tener el consentimiento de sus padres para recibir servicios de prevención en los que el tiempo es decisivo, por ejemplo, los servicios de control de la natalidad, apoyo psicológico o detección de enfermedades de transmisión sexual.
En los últimos años se ha hablado mucho del “poder de las niñas”. Sin embargo, aún necesitamos en la sociedad profundos cambios que permitan dar a las adolescentes el apoyo que precisan para convertirse en mujeres sanas con vidas satisfactorias.