Alocución del Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General - 76.ª Asamblea Mundial de la Salud - Bienvenida de alto nivel, primera sesión plenaria, 21 de mayo de 2023

21 de mayo de 2023

Su Excelencia Ahmed Robleh Abdilleh, Presidente de la 75.a Asamblea Mundial de la Salud,

Su Excelencia Alain Berset, Presidente de la Confederación Suiza,

Su Excelencia Filipe Nyusi, Presidente de Mozambique,

Muy Honorable Jacinda Ardern, Ex Primera Ministra de Nueva Zelandia – desem- pleada,

Gianni Infantino, Presidente de la FIFA,

Renée Fleming, nuestra flamante nueva Embajadora de Buena Voluntad para las Artes y la Salud, acompañada de Pretty Yende, de Sudáfrica,

integrantes del Global Scrub Choir,

Excelencias, ministros, jefes de delegación, estimados colegas y amigos:

En primer lugar, permítanme empezar dando las gracias a Su Excelencia el Presidente Berset por su apoyo personal y su colaboración, así como por el apoyo y la colaboración que aporta Suiza de forma continuada a la OMS y a la salud mundial.

Mi agradecimiento también a Su Excelencia el Presidente Nyusi, por estar hoy con nosotros y por su compromiso con la salud, incluido su liderazgo en la lucha contra la malaria y el avance de su país hacia la cobertura sanitaria universal.

Mi agradecimiento a Su Excelencia la ex Primera Ministra Ardern, por su liderazgo en pro de la salud mundial, y especialmente por la humildad con que lo ha ejercido. Eso es lo que queremos de todos nuestros líderes: un liderazgo humilde. Muchas gracias por darnos su ejemplo.

Gracias, Su Excelencia Ministro Abdilleh, por su liderazgo en la 75.a Asamblea Mundial de la Salud, que es muy histórica.

Gracias, Sr. Infantino, por su colaboración para utilizar el poder del deporte rey en pro de la salud, y mis felicitaciones a la Fédération Internationale de Football Association, que hoy cumple 119 años. Feliz aniversario, FIFA.

Y mi agradecimiento a Renée Fleming y al Scrub Choir por inspirarnos, emocionarnos y entrete- nernos a través del poderoso medio que es la música.

Gracias a todos por estar hoy con nosotros en esta histórica Asamblea de la Salud, en el 75.º aniversario de la OMS.

Excelencias, queridos colegas y amigos:

En 1977, Ali Maow Maalin tenía 23 años y trabajaba como cocinero en un hospital del puerto de Merca, en Somalia. Además de dedicarse a sus tareas en la cocina, Maalin había trabajado como vacunador en el programa de erradicación de la viruela de la OMS, que había perseguido los últimos casos de viruela que quedaban en los grupos nómadas que circulan por la frontera entre Somalia y mi país, Etiopía.

En octubre de ese año, dos niños con viruela de un grupo de nómadas, o pastores, fueron enviados a un campo de aislamiento cerca de Merca. El conductor que los transportaba se detuvo en el hospital donde trabajaba Maalin para pedir indicaciones. Maalin se ofreció a acompañarles, y el conductor le preguntó si estaba vacunado. Maalin dijo: «No te preocupes por eso, vamos». No estaba vacunado.

Maalin estuvo en contacto con los niños infectados durante 15 minutos. Pero eso fue suficiente. Nueve días después empezó a encontrarse mal y le salió un sarpullido. Le diagnosticaron varicela y le enviaron a casa. Pero Maalin sabía que no era varicela. Estaba demasiado asustado para ir al campo de aislamiento, pero una enfermera del hospital informó de que estaba enfermo.

El hospital dejó de admitir pacientes mientras se vacunaba y se ponía en cuarentena a todos los que se encontraban dentro. Mientras tanto, un equipo empezó a vacunar a todos los que vivían en los alrededores de la casa de Maalin: más de 50 000 personas en dos semanas.

Ali Maow Maalin fue el último caso registrado de viruela de origen natural. Posteriormente tra- bajó para la OMS en la campaña de erradicación de la poliomielitis en Somalia. Solía decir que Somalia fue el último país en librarse de la viruela, y quería asegurarse de que no fuera el último en librarse de la polio, y en efecto no lo fue. En 2013, durante una campaña para contener un brote de poliomielitis, contrajo malaria y murió pocos días después, a los 59 años.

La campaña para erradicar la viruela se inició en 1959, bajo la dirección del Dr. Marcolino Can- dau, Director General de la OMS, y finalizó oficialmente en 1980, con la declaración de la Asamblea de la Salud de que «el mundo y todos sus pueblos se han liberado de la viruela». El Dr. Candau es brasileño, por cierto, y hoy quería aprovechar mi intervención para expresar mi reconocimiento a todos nuestros antiguos Directores Generales. Más adelante hablaré de la Dra. Gro Harlem Brundtland. Este sigue siendo el mayor logro de la historia de la salud pública y la única enfermedad humana que ha sido erradicada hasta la fecha.

Hoy sin embargo estamos a punto de erradicar otras dos enfermedades: la poliomielitis y la dracunculosis. Cuando en 1988 se puso en marcha el Programa Mundial de Erradicación de la Polio- mielitis, bajo la dirección del Director General Hiroshi Nakajima, del Japón, se calculaba que había 350 000 casos al año. En lo que va de año solo ha habido tres casos. Y cuando se inició el Programa de Erradicación de la Dracunculosis, en 1986, se calculaba que había 3,5 millones de casos humanos en 21 países. El año pasado, solo se registraron 13 casos en cuatro países. Terminaremos el trabajo. Es nuestra obligación. Pero nuestra labor aún no ha terminado.

Yo crecí cerca de Maalin, en Etiopía. En África todos somos vecinos. Uno de mis primeros re- cuerdos es pasear con mi madre por las calles de Asmara —entonces parte de Etiopía, ahora de Eritrea— y ver carteles que hablaban de una enfermedad llamada viruela y una organización que la estaba erradi- cando de nuestras comunidades.

Nunca antes había oído hablar de la viruela. Nunca había oído hablar de la Organización Mundial de la Salud. No habría sabido señalar Ginebra en un mapa. Pero sabía que, a veces, las enfermedades podían acercarse sigilosamente a los niños y llevárselos.

Lo sabía, porque eso es lo que le pasó a uno de mis hermanos, mi hermano pequeño. No sé qué enfermedad se lo llevó. Tal vez fuera el sarampión. Pero lo más probable es que se lo llevara una enfer- medad que podría haberse evitado con una vacuna.

Las vacunas llevaron la viruela al olvido. Pero millones de niños en África y en todo el mundo, niños como mi hermano, continuaban cayendo víctimas de enfermedades frente a las que los niños de otros países estaban inmunizados.

Por eso, en 1974, la OMS puso en marcha el Programa Ampliado de Inmunización, para garantizar que todos los niños, en todos los países, se beneficiaran del poder salvador de las vacunas, inicialmente contra seis enfermedades principales: difteria, tos ferina, tétanos, poliomielitis, sarampión y tuberculosis.

En aquel momento, apenas el 10% aproximadamente de los niños del mundo recibían tres dosis de la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos ferina. Gracias al Programa Ampliado de Inmunización, el PAI, se alcanzó el 86% en 2019, pero desde entonces el porcentaje ha disminuido debido a los pro- blemas derivados de la pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19) y de la gran campaña de los antivacunas.

Hoy en día, más de 30 enfermedades son prevenibles mediante vacunación, y el PAI recomienda 12 vacunas esenciales para todos los países. A través del apoyo que ofrece la OMS a los países para garantizar el acceso de todos los niños a las vacunas, estamos ayudando a evitar más de cuatro millones de muertes cada año.

Las vacunas son una de las innovaciones más trascendentales de la historia de la humanidad. Gracias a ellas, enfermedades antes tan temidas como la difteria, el tétanos, el sarampión y la meningitis se pueden evitar hoy fácilmente.

Las vacunas nos dan hoy la esperanza de eliminar el cáncer de cuello uterino; las vacunas nos están ayudando a sofocar más rápidamente los brotes de la enfermedad por el virus del Ébola; por pri- mera vez, podemos decir que el paludismo es una enfermedad prevenible mediante vacunación; las vacunas fueron decisivas para acabar con la COVID-19 como emergencia sanitaria mundial; y las va- cunas nos han llevado a las puertas de la erradicación de la poliomielitis.

Durante más de 20 años, millones de niños de todo el mundo han disfrutado de los beneficios de las vacunas gracias a la labor de Gavi, la Alianza para las Vacunas (Alianza Gavi). Y durante los últimos 12 años, ese trabajo ha estado dirigido por mi amigo y hermano Seth Berkley, que dejará el cargo en agosto.

Bajo su liderazgo, la Alianza Gavi ha introducido nuevas vacunas contra el cáncer de cuello ute- rino, el paludismo, la neumonía, la meningitis y la poliomielitis, y ha alcanzado el hito increíble de inmunizar a 1000 millones de niños. Durante la pandemia, Seth defendió la equidad vacunal mediante la colaboración de la Alianza Gavi en el Pilar COVAX, que permitió suministrar casi 2000 millones de dosis de vacunas a 147 países. Quiero expresarle mi profunda gratitud a Seth por su liderazgo y su colaboración, y espero trabajar con su sucesor, el Dr. Muhammad Pate, para utilizar el poder de las vacunas en beneficio de un número aún mayor de niños. Me gustaría dar la bienvenida a mi hermano Muhammad Pate.

El fin de la viruela coincidió con la constatación de que la visión fundacional de la OMS de alcanzar el grado máximo de salud que se pueda lograr para todas las personas no podía realizarse avan- zando de enfermedad en enfermedad. Para eso haría falta un enfoque holístico que prestara los servicios de salud que la gente necesita, en el lugar y el momento en que los necesita, pero que también trabajara para mejorar la alfabetización en materia de salud, la nutrición, los sistemas de abastecimiento de agua y saneamiento y otros factores causantes de las enfermedades.

Se trataba de un enfoque que hoy conocemos como atención primaria de salud, y su principal arquitecto y promotor fue el tercer Director General de la OMS, el Dr. Halfdan Mahler. Por cierto, su segundo nombre empieza por T, de Theodore, de modo que compartimos el mismo nombre.

Bajo el liderazgo del Dr. Mahler se acuñó por primera vez la expresión «Salud para todos», como tema de la Asamblea de la Salud de 1977. Y también bajo el liderazgo del Dr. Mahler se negoció y adoptó en 1978 la Declaración de Alma-Ata, un compromiso histórico con la atención primaria de salud como plataforma para alcanzar una visión audaz: Salud para todos en el año 2000. Este compromiso marcó un hito en la historia de la salud pública, ya que cambió la forma que tenían los países de pensar, diseñar y prestar los servicios de salud, y la sigue cambiando a día de hoy.

Aunque la visión de la Salud para Todos en el año 2000 no llegó a cumplirse, el espíritu y la ambición que la animaban sí persistieron, y el concepto de la atención primaria sigue estando hoy en la base de nuestro compromiso común con la cobertura sanitaria universal.

Hace cinco años, tuve el honor de reunirme con nuestros colegas del UNICEF y con ministros de salud de todo el mundo en Kazajstán, cuna de la Declaración de Alma-Ata, para renovar nuestro com- promiso con su visión en la Declaración de Astaná. El Dr. Mahler describió más tarde la adopción de la Declaración de Alma-Ata como un «momento sagrado» y un «consenso sublime».

Sin embargo, en 1981, solo tres años después de Alma-Ata, y apenas un año después de que la Asamblea de la Salud declarara erradicada la viruela, surgió una nueva amenaza que no se parecía a nada que el mundo hubiera visto antes. En los Estados Unidos se notificaron los primeros casos de una nueva y misteriosa enfermedad, una enfermedad que se presentó primero en hombres homosexuales y que, al cabo de unos meses, se notificó por todo el mundo y en personas de todas las edades y orienta- ciones sexuales. La causa de esta nueva enfermedad no se identificó hasta dos años más tarde: un retro- virus que ahora conocemos como VIH.

El VIH supuso un nuevo desafío para la OMS; un desafío al que no siempre supo responder con éxito. Se hizo evidente que un solo organismo no podía hacer frente a un desafío de salud mundial de tal envergadura y tan rápido en su propagación, y que la OMS debía colaborar con entidades de todo el sistema de las Naciones Unidas y de otros ámbitos. También se pusieron de manifiesto, de una forma nueva y descarnada, las enormes desigualdades que existen en el mundo en el terreno de la salud. Cuando en 1987 aparecieron los primeros tratamientos antirretrovíricos, solo los países de ingresos altos podían permitírselos.

Con el cambio de siglo, la gravedad de la epidemia mundial de VIH llevó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a adoptar una resolución sobre el VIH; era la primera vez que se trataba un problema de salud como una amenaza para la seguridad mundial.

Pero las desigualdades persistían. En 2003, solo 400 000 personas recibían medicamentos anti- rretrovíricos en los países de ingreso bajo y mediano. Desde la campaña de erradicación de la viruela, la OMS había desarrollado unos conocimientos técnicos contrastados para hacer llegar los medicamen- tos esenciales a las personas que los necesitaban, dondequiera que estuvieran. Y así fue como, bajo el liderazgo del entonces Director General, el Dr. LEE Jong-wook, de la República de Corea, la OMS puso en marcha la Iniciativa «3 millones para 2005», destinada a proporcionar medicamentos antirretrovíricos a 3 millones de personas para el año 2005.

Hicieron falta dos años más para alcanzar el objetivo, pero la Iniciativa «3 millones para 2005» sentó las bases de la espectacular ampliación del acceso a los medicamentos antirretrovíricos que ha cambiado el signo de la lucha contra el VIH. Por desgracia, el Dr. LEE no vivió para ver realizada su visión. Mañana se cumple el aniversario de su muerte, ocurrida en mayo de 2006.

Durante la mayor parte de sus primeros 50 años de historia, la OMS centró su labor principalmente en las enfermedades infecciosas que afectaban a los países de ingreso bajo. A lo largo de esas décadas, sin embargo, una nueva pandemia se estaba propagando casi sin control, alimentada por el agente no infeccioso más mortífero de la historia: el tabaco.

El vínculo entre el tabaquismo y el cáncer de pulmón fue demostrado por el investigador británico Richard Doll en 1952, poco después de la fundación de la OMS, pero la prevalencia del tabaquismo continuó aumentando durante décadas. En algunas fotografías de los primeros años de la OMS se ve a hombres en oficinas —y sí, la mayoría eran hombres—, sentados en sus escritorios, fumando.

No fue hasta 1988 cuando el Dr. Mahler prohibió fumar dentro de los edificios de la OMS. Rom- pió su propio cenicero con un martillo en el vestíbulo de la Organización y se comprometió a dejar de fumar. Y no fue hasta 2013 cuando todo el campus de nuestra Sede se convirtió en un espacio libre de humo. La persona que dirigía la Iniciativa «Liberarse del Tabaco» en aquella época, el Dr. Armando Peruga, sufrió incluso algunas agresiones de miembros del personal de la OMS por decirles que no fumaran en el campus.

Algunos países emprendieron iniciativas propias para combatir los perjuicios del tabaco, pero quedó claro que, a diferencia de los brotes localizados de enfermedades, el tabaco era una amenaza mundial que requería una respuesta mundial. Los fundadores de la OMS habían previsto esta necesidad en el Artículo 19 de nuestra Constitución, que otorga a los Estados Miembros autoridad para adoptar convenciones o acuerdos respecto a cualquier amenaza para la salud.

No obstante, esta disposición permaneció sin aplicar hasta mediados de los años noventa, cuando una abogada estadounidense, la Dra. Ruth Roemer, propuso por primera vez la idea de elaborar un tra- tado internacional sobre el control del tabaco. La propia Dra. Roemer había sido una fumadora empe- dernida, y durante un breve periodo de tiempo su marido había trabajado para la OMS. La Dra. Roemer propuso su idea a Neil Collishaw, que por entonces dirigía la Unidad Antitabaco de la OMS. Collishaw apoyó la idea, pero era escéptico. Para adoptar un convenio se requeriría una mayoría de dos tercios de los Estados Miembros, y en aquel momento solo una decena de países contaban con políticas rigurosas de lucha antitabáquica.

Pero la Dra. Roemer no aceptaba un no por respuesta. Así es como surgen muchas de las mejores ideas en el campo de la salud mundial, y a menudo hay una mujer detrás de ellas. Poco a poco, la idea fue ganando partidarios y, en 1996, la 49.ª Asamblea Mundial de la Salud adoptó una resolución en la que se pedía la elaboración de un convenio marco internacional para el control del tabaco.

Sin embargo, como ocurre en demasiadas ocasiones, la resolución tardó en convertirse en una realidad. Pasaron otros dos años antes de que la idea empezara a avanzar, impulsada por una nueva Directora General que ostentaba un firme compromiso con la lucha antitabáquica y tenía experiencia política como Primera Ministra de Noruega: la Dra. Gro Harlem Brundtland. Nada más tomar posesión de su cargo, la Dra. Brundtland creó la Iniciativa «Liberarse del Tabaco» y empezó a promocionar sin descanso el convenio marco.

Sin embargo, se enfrentaba a un enemigo astuto y con muchos recursos. Ya saben de lo que estoy hablando. En 1999 se supo que las empresas tabacaleras llevaban muchos años pagando a consultores para infiltrarse en la OMS y socavar su labor. El personal de la Iniciativa «Liberarse del Tabaco» llegó incluso a comprobar si había micrófonos ocultos. Estas tácticas eran inquietantes, pero no dieron resultado.

Las negociaciones para establecer el convenio marco se iniciaron en 2000 y duraron dos años y medio. Por fin, hoy hace 20 años, el 21 de mayo de 2003, la 56.a Asamblea Mundial de la Salud adoptó el Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco, o CMCT; habían pasado casi 30 años desde que la Dra. Roemer propuso la idea por primera vez.

En los 20 años transcurridos desde entonces, gracias al CMCT de la OMS y al plan de medidas MPOWER que le sirve de apoyo, la prevalencia del tabaquismo se ha reducido en un tercio en todo el mundo. Dos tercios de la población mundial están protegidos hoy por al menos una medida del plan MPOWER. El CMCT de la OMS es una prueba viviente del poder de los acuerdos mundiales para impulsar un cambio de paradigma en la atención de salud a escala mundial.

La Dra. Brundtland se encuentra hoy con nosotros, y me gustaría que se uniera a mí para agrade- cerle su liderazgo y su legado. Gracias, Gro, tusen tak.

La adopción del CMCT de la OMS coincidió con el primero de una serie de brotes, epidemias y pandemias que han marcado las dos primeras décadas del siglo XXI, y que han sido determinantes para la configuración actual de la OMS.

En febrero de 2003 se notificaron los primeros casos de una nueva y extraña enfermedad respira- toria causada por un patógeno desconocido, que más tarde se demostró que era un coronavirus. ¿Les suena? Era el brote de síndrome respiratorio agudo severo (SRAS). Casi al mismo tiempo, se notificaron los primeros casos humanos de gripe aviar A (H5N1), que desataron el temor a una pandemia de gripe causada por un virus que mataba a seis de cada 10 infectados. Aunque el SRAS y el H5N1 sembraron el pánico en todo el mundo, ninguno de los dos provocó una pandemia mundial, gracias en gran medida al firme liderazgo de la Dra. Brundtland.

Su liderazgo también contribuyó a la importante revisión del Reglamento Sanitario Internacional que se llevó a cabo a continuación, que incluía la introducción de una disposición por la que un Director General podía declarar una emergencia de salud pública de importancia internacional. Aunque la Dra. Brundtland nunca necesitó hacer uso de esa disposición, sí tuvo que hacerlo su sucesora, cuatro años más tarde, la Directora General Dra. Margaret Chan, de China, cuando un nuevo virus de la gripe des- encadenó la primera pandemia del siglo XXI: la gripe A (H1N1).

Mientras que el H5N1 era hiperpatógeno pero no altamente transmisible, con el H1N1 ocurría lo contrario. Se propagó rápidamente por todo el mundo, pero causó una enfermedad muy leve y, para ser una pandemia, dejó relativamente pocas muertes. No obstante, el virus H1N1 puso de manifiesto una brecha peligrosa en las defensas mundiales frente a las pandemias. Se desarrollaron vacunas con rapidez, pero para cuando los pobres del mundo lograron acceder a ellas, la pandemia ya había pasado.

Esa experiencia llevó a la creación, bajo la dirección de la Dra. Chan, del Marco de Preparación para una Gripe Pandémica (PIP), un compromiso histórico entre los Estados Miembros de trabajar juntos en caso de pandemia de gripe para compartir muestras de virus y vacunas. No obstante, la tinta apenas se había secado en el Marco de PIP cuando estalló una nueva y mortífera epidemia, causada no por la gripe, sino por uno de los virus más temidos de la Tierra: el ébola.

Durante más de dos años, el mundo contempló horrorizado cómo el ébola se cernía sobre África Occidental. El brote de enfermedad por el virus del Ébola en África Occidental nunca llegó a convertirse en una pandemia mundial, pero sí puso de manifiesto la necesidad de introducir reformas sustanciales en la labor de la OMS en materia de preparación y respuesta ante emergencias.

El resultado fue la creación, en 2015, y una vez más bajo la dirección de la Dra. Chan, del Pro- grama de Emergencias Sanitarias de la OMS y del Fondo para Contingencias relacionadas con Emer- gencias, un instrumento de financiación flexible que ha permitido a la OMS liberar más de US$ 350 millones para responder rápidamente a cientos de emergencias en los últimos ocho años.

Cada uno de estos brotes, epidemias y pandemias enseñó al mundo nuevas lecciones y dio lugar a nuevos acuerdos y herramientas para preservar la seguridad del mundo. A pesar de todo ello, la pan- demia de COVID-19, la crisis de salud más grave en 100 años, tomó al mundo por sorpresa y lo encontró escasamente preparado.

En los últimos tres años, la COVID-19 ha puesto nuestro mundo patas arriba. Se han notificado casi siete millones de muertes, aunque sabemos que el número de víctimas es mucho mayor: al menos 20 millones. La pandemia ha dejado una profunda mella en los sistemas de salud y ha causado graves trastornos económicos, sociales y políticos.

La COVID-19 ha cambiado nuestro mundo, y no puede ser de otro modo. En 2020, describí la COVID-19 como un túnel largo y oscuro. Ahora hemos llegado al final de ese túnel. No nos confunda- mos, la COVID-19 sigue entre nosotros, sigue matando, sigue mutando y sigue reclamando nuestra atención, pero ya no representa una emergencia de salud pública de importancia internacional.

El final de la COVID-19 como emergencia sanitaria mundial no supone únicamente el final de un mal sueño del que nos hayamos despertado sin más. No podemos seguir como hasta ahora. Este es el momento de mirar atrás y recordar la oscuridad del túnel, y luego mirar adelante y avanzar teniendo en cuenta las muchas y dolorosas enseñanzas que nos ha dejado.

La principal de esas enseñanzas es que solo podemos hacer frente a amenazas compartidas me- diante una respuesta común. Al igual que como ocurrió con el Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco, el acuerdo sobre pandemias que los Estados Miembros están negociando actual- mente tiene que ser un acuerdo histórico que dé un giro paradigmático a la seguridad sanitaria mundial, partiendo del reconocimiento de que nuestros destinos están entrelazados.

Este es el momento de escribir juntos un nuevo capítulo en la historia de la salud mundial; de trazar un nuevo camino hacia el futuro, juntos; de hacer del mundo un lugar más seguro para nuestros hijos y nietos, juntos.

En los tres cuartos de siglo que han transcurrido desde que se fundara la OMS, el mundo ha sido testigo de importantes mejoras en la esfera de la salud. La esperanza de vida a nivel mundial ha pasado de 46 a 73 años, siendo los países más pobres aquellos en los que se han registrado los mayores incre- mentos. Cuarenta y dos países han eliminado el paludismo, hemos conseguido hacer retroceder las epi- demias de VIH y tuberculosis, hemos logrado que la poliomielitis y la dracunculosis estén al borde de la erradicación y hemos ampliado el acceso al tratamiento curativo para la hepatitis C. Quisiera, de hecho, aprovechar esta oportunidad para dar las gracias al expresidente de los Estados Unidos de Amé- rica, Sr. Jimmy Carter, por su liderazgo y su compromiso para erradicar la dracunculosis, algo que está muy cerca de suceder.

Solo en los últimos 20 años, la mortalidad materna se ha reducido en un tercio y la mortalidad de niños menores de 5 años se ha reducido a la mitad. En los últimos cinco años, se han aprobado nuevas vacunas contra la enfermedad por el virus del Ébola y el paludismo que ya están salvando vidas.

Por supuesto, la OMS no puede atribuirse en exclusiva estos éxitos: la naturaleza misma de nues- tra labor implica trabajar con asociados para promover la innovación y prestar apoyo a los países con- forme implementan políticas y programas que impulsan el cambio. Pero cuesta imaginar que el mundo hubiera asistido a los mismos avances de no haber existido la OMS.

Los desafíos actuales son muy diferentes de aquellos a los que nos enfrentábamos en 1948. Las enfermedades no transmisibles representan hoy el 70% de todas las muertes a nivel mundial; el tabaco sigue matando cada año a 8,7 millones de personas; las tasas de obesidad se han disparado; la pandemia de COVID-19 puso de manifiesto la enorme carga que representan los trastornos de salud mental, así como la debilidad de los servicios de salud; la resistencia a los antimicrobianos amenaza con echar por tierra un siglo de avances médicos; persisten enormes disparidades en el acceso a los servicios de salud, entre los países y las comunidades y en su interior; y la amenaza para la existencia que supone el cambio climático está poniendo en peligro la habitabilidad misma de nuestro planeta. Una crisis climática es una crisis de salud.

La OMS también se enfrenta a sus propios desafíos a nivel institucional. Durante los últimos 20 años, las expectativas del mundo con respecto a la OMS han aumentado enormemente, pero no así nuestros recursos. A esto se añade el reto que plantea ser una organización técnica y científica en un entorno político, y cada vez más politizado.

Estos desafíos son abrumadores y complejos. No los resolveremos en esta Asamblea de la Salud, y puede que no los resolvamos en vida. Pero poco a poco, vamos abriendo un camino que nuestros hijos y nietos recorrerán y que ellos, a su vez, seguirán abriendo. A veces, esta labor es lenta. A veces, el camino es sinuoso y desagradecido. Pero tenemos claro nuestro destino, y hoy estamos más cerca de él que cuando nuestros antepasados se pusieron en marcha, allá por 1948.

Queremos llegar a lo que imaginó el primer Director General de la OMS, el Dr. Brock Chisholm, del Canadá, uno de los padres de la Constitución de la OMS: el grado máximo de salud que se pueda lograr para todas las personas.

Gracias.