- Esta vez vengo a esta cima mundial con un mensaje para todas las personas del mundo. Nuestro objetivo principal como mundo unido debe ser hacer todo lo posible para triunfar sobre la pandemia, con determinación, dedicación y disciplina. No estamos en una carrera entre nosotros; estamos en una carrera contra el virus.
- El fracaso mundial en compartir vacunas, pruebas y tratamientos, incluido el oxígeno, está alimentando una pandemia de dos caras: la de los que tienen acceso a esos instrumentos y sufren cada vez menos restricciones y la de los que no tienen acceso a ellos y están siendo confinados. Cuanto más persista esta discrepancia, más se prolongará la pandemia, y con ella la agitación social y económica que conlleva.
- He pedido que lancemos una ofensiva mundial a gran escala para vacunar al menos al 10% de la población de cada país antes de septiembre, 40% para finales de año y 70% para mediados del año que viene. Si logramos alcanzar esos objetivos, no solo podremos poner fin a la pandemia, sino también volver a poner en marcha la economía mundial.
- La pandemia de COVID-19 nos ha enseñado a todos muchas lecciones dolorosas pero importantes. Una de las más importantes es que cuando la salud está en peligro, todo está en peligro. Por eso la máxima prioridad de la OMS es lograr la cobertura sanitaria universal. Nuestra visión es un mundo en el que todas las personas puedan acceder a los servicios de salud que necesitan, donde y cuando los necesitan, sin por ello sufrir dificultades financieras. Y, ciertamente, el Japón es un líder mundial en cobertura sanitaria universal y un ejemplo perfecto de sus beneficios.
- A menudo me preguntan cuándo terminará la pandemia. Mi respuesta es tan sencilla como la pregunta: cuando el mundo decida acabar con ella. Tenemos los instrumentos para prevenir la transmisión y salvar vidas. Nuestro objetivo común debe ser vacunar al 70% de la población de todos los países para mediados del próximo año.
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Presidente Bach,
Sus Altezas Reales, Excelencias, distinguidos invitados, queridos colegas y amigos:
Ohayō gozaimasu.
Nihon ga, sekai ni, yūki oh, ataeru, Tokyo 2020 kaisai ni, keyee toh, kansha oh, mōshi agemasu.
Buenos días.
Me gustaría agradecer y rendir homenaje al Primer Ministro Suga, y al gobierno y al pueblo del Japón, por organizar los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio, unos eventos deportivos que aportan esperanza al mundo entero.
También quisiera dar las gracias al Presidente Bach y al Comité Olímpico Internacional por el gran privilegio de poder dirigirme a los presentes en esta sesión. Muchas gracias, amigo Thomas.
Más que cualquier otro evento, los Juegos Olímpicos tienen el poder de unir al mundo, de servir de inspiración, de mostrar lo que es posible.
Y más que cualquier otro evento, reciben la atención de la población mundial. Por eso he venido. Como sabrán, he sido invitado a los Juegos Olímpicos en anteriores ocasiones, pero nunca he podido asistir.
Esta vez vengo a esta cima mundial con un mensaje para todas las gentes del mundo.
En realidad vengo a responder a una pregunta.
Es una pregunta que me hacen a menudo, y que las personas del mundo también se plantean: ¿cuándo terminará esta pandemia?
En efecto, la pandemia de COVID-19 nos ha hecho plantearnos muchas preguntas: sobre nosotros mismos y sobre nuestro mundo.
La pandemia es una prueba. Y el mundo está fallando.
Más de cuatro millones de personas han muerto y más siguen muriendo. Este año ya han muerto más del doble de personas que en todo el año pasado.
En el tiempo que tardo en realizar esta intervención, más de 100 personas perderán la vida por la COVID-19.
Y, para cuando la llama olímpica se apague el 8 de agosto, se habrán producido más de 100 000 muertes adicionales.
Millones de personas que han pasado la enfermedad siguen sufriendo sus consecuencias a largo plazo en su salud, sobre las que todavía estamos aprendiendo.
La gente del mundo está enferma y cansada.
Enferma del virus.
Cansada de las vidas y los medios de subsistencia que se ha cobrado.
Cansada del sufrimiento que ha causado;
Cansada de las restricciones y perturbaciones que ocasiona en sus vidas.
Cansada de la agitación que ha provocado a las economías y sociedades:
Cansada de los nubarrones oscuros que arroja sobre nuestro futuro.
Y, con todo, después de 19 meses de pandemia y siete desde que se aprobaron las primeras vacunas, nos encontramos en las primeras etapas de una nueva ola de infecciones y muertes. Es una tragedia.
¿Cómo puede estar ocurriendo? ¿No estaban destinadas las vacunas a extinguir las llamas de la pandemia?
Sí, y en los países con más vacunas, están ayudando a hacerlo.
Pero eso es lo que pasa con un incendio: si solo echas agua en una parte, el resto sigue ardiendo. Además, las brasas pueden provocar fácilmente otro incendio aún más feroz en otro lugar.
La amenaza no habrá terminado en ninguna parte hasta que no lo haya hecho en todas.
El que piense que la pandemia ha terminado porque se ha acabado allí donde vive, se está creyendo una fantasía de tontos.
Las vacunas son instrumentos poderosos y esenciales, pero el mundo no los ha utilizado bien.
En lugar de administrarse ampliamente para acabar con la pandemia en todos los frentes, se han concentrado en las manos (o más bien en los brazos) de unos pocos afortunados; se han distribuido para proteger a las personas más privilegiadas del mundo, incluidas las que corrían el menor riesgo de enfermedad grave, mientras que las más vulnerables permanecen desprotegidas.
Se han administrado más de tres mil quinientos millones de dosis de vacunas en todo el mundo, y más de una de cada cuatro personas ha recibido al menos una dosis de vacuna.
Aparentemente es una buena noticia, pero en realidad oculta una injusticia horrible.
El 75% de todas las vacunas han sido administradas en solo 10 países. En los países de ingresos bajos, solo el 1% de las personas han recibido al menos una dosis, en comparación con más de la mitad de las personas en los países de ingresos altos.
Algunos de los países más ricos hablan ahora de administrar una tercera dosis de refuerzo a su población, mientras que los trabajadores de la salud, las personas mayores y otros grupos vulnerables en el resto del mundo continúan sin estar vacunados.
El fracaso mundial en compartir vacunas, pruebas y tratamientos, incluido el oxígeno, está alimentando una pandemia de dos caras: la de los que tienen acceso a esos instrumentos y sufren cada vez menos restricciones y la de los que no tienen acceso a ellos y están siendo confinados.
Esto no es solo un ultraje moral, es también contraproducente desde una perspectiva económica y epidemiológica.
Cuanto más persista esta discrepancia, más se prolongará la pandemia, y con ella la agitación social y económica que conlleva.
Cuanta más transmisión haya, más variantes aparecerán con potencial de ser más peligrosas que la variante Delta, responsable de la devastación actual.
Y cuantas más variantes, mayor la probabilidad de que una de ellas sea resistente a las vacunas y nos lleve a todos de vuelta al punto de partida.
Ninguno de nosotros estará a salvo hasta que todos lo estemos.
La tragedia de esta pandemia es que ya podría estar controlada si se hubiesen distribuido las vacunas de manera más equitativa.
La distorsión en la fabricación y distribución de vacunas ha expuesto y amplificado las terribles desigualdades que manchan la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales y que ponen en peligro nuestro futuro.
Junto con los jefes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, he pedido un impulso mundial masivo para vacunar al menos al 10% de la población de todos los países para septiembre, 40% para finales de este año y 70% para mediados del próximo.
Si logramos alcanzar esos objetivos, no solo podremos poner fin a la pandemia, sino también volveremos a poner en marcha la economía mundial.
Ahora bien, como el Japón y muchos de sus vecinos bien saben, las vacunas no son el único instrumento eficaz.
Muchos países han demostrado, y siguen haciéndolo, que este virus puede controlarse con la combinación correcta de medidas sociales y de salud pública, si se aplican de manera cuidadosa y consistente.
Me refiero a instrumentos de salud pública comprobados, como pruebas racionales, rastreo riguroso de contactos, cuarentenas solidarias y atención compasiva.
Me refiero a medidas individuales comprobadas, como evitar las aglomeraciones, respetar el distanciamiento físico, usar mascarillas, realizar el mayor número de actividades al aire libre en la medida de lo posible, abrir puertas y ventanas y lavarse las manos.
Cada una de esas medidas puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, en cada situación.
Ir al trabajo, ir de compras, encontrarse con un pequeño grupo de amigos, participar en una conferencia, asistir a un concierto y celebrar los Juegos Olímpicos.
En los 125 años de historia de los Juegos modernos, estos se han celebrado a la sombra de guerras, crisis económicas y tumultos geopolíticos. Nadie lo sabe mejor que ustedes.
Pero nunca antes se habían organizado a la sombra de una pandemia.
Ahora bien, aunque la COVID-19 puede haber pospuesto los Juegos, no los ha derrotado.
Soy consciente de los planes, las precauciones y los sacrificios que el COI, el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio, el gobierno y el pueblo del Japón y los equipos y los atletas han tomado para que estos juegos sean lo más seguros posible.
La OMS se complace en haber desempeñado su papel proporcionando asesoramiento técnico al COI y al Japón durante sus preparativos.
Durante las próximas dos semanas, y para los Juegos Paralímpicos del próximo mes, se pondrán a prueba esos planes y precauciones. Espero sinceramente que tengan éxito, no solo por el bien de los Juegos en sí y por la seguridad de los atletas, entrenadores y funcionarios, sino como una demostración de lo que es posible cuando se aplican planes y medidas correctos.
En la vida no hay riesgo cero; solo hay más riesgo o menos riesgo. Y ustedes han hecho todo lo que estaba en sus manos.
Como dice el proverbio japonés, ishibashi o tataite wataru («golpear un puente de piedra antes de cruzarlo»), que significa que aunque algo puede parecer seguro vale la pena cerciorarse.
Las decisiones que todos tomamos, como gobiernos, organizaciones e individuos, aumentan o disminuyen el riesgo, pero nunca lo eliminan por completo.
La marca de éxito en la próxima quincena no es lograr cero casos: sé que ya se han detectado algunos.
La marca de éxito es asegurarse de que todo caso sea detectado, aislado y atendido lo más rápido posible, de que se realice el rastreo de sus contactos y de que se interrumpa la transmisión. Esa es la marca de éxito para todos los países. La marca de éxito no es el riesgo cero. Si el riesgo cero no existe en nada, imagínense en algo tan complicado como esto.
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La pandemia de COVID-19 nos ha enseñado a todos muchas lecciones dolorosas pero importantes.
Una de las más importantes es que cuando la salud está en peligro, todo está en peligro.
Nos ha mostrado que la salud no es un extra opcional, no es un lujo para aquellos que pueden permitírselo, no es una recompensa al desarrollo, es la base de la estabilidad social, económica y política.
Por eso la máxima prioridad de la OMS es lograr la cobertura sanitaria universal. Nuestra visión es un mundo en el que todas las personas puedan acceder a los servicios de salud que necesiten, donde y cuando los necesiten, sin por ello sufrir dificultades financieras.
Y, ciertamente, el Japón es un líder mundial en cobertura sanitaria universal y un ejemplo perfecto de sus beneficios.
La última vez que estuve en Tokio fue en 2017, para el Foro sobre Cobertura Sanitaria Universal, con el ex Primer Ministro Abe.
En esa reunión, un artista llamado Maaya Wakasugi pintó dos cuadros con caligrafías japonesas. En uno se leía «Salud para todos», en inglés, y en otro aparecía un carácter japonés que significa tanto «salud» como «bienestar».
Me gustaron tanto que me los llevé a Ginebra y ahora están en la entrada a mi oficina.
El Japón invirtió en salud antes de convertirse en una potencia económica mundial.
Sabía que la tarea de construir una nación requeriría inversiones no solo en nuevas infraestructuras sino también en capital humano; en la salud de su gente.
Hoy, el Japón tiene la esperanza de vida más alta del mundo y es la tercera economía más grande del planeta.
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Por supuesto, el deporte y toda forma de actividad física son esenciales para una buena salud.
El deporte y la actividad física pueden ayudar a prevenir y tratar muchas enfermedades no transmisibles, como el cáncer y la diabetes, y reducir los síntomas de la depresión y la ansiedad.
Por su propia naturaleza, el deporte se basa en la participación, en unir a las personas, comunidades y países, y en salvar las diferencias culturales, étnicas y nacionales.
Promueve la tolerancia y el respeto, y empodera a las mujeres y los jóvenes.
Sabemos que el deporte tiene un papel importante en el logro de las metas de salud de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, y en particular la meta de aumentar la actividad física en un 15% durante el próximo decenio.
Por esa razón, el año pasado tuve el honor de firmar un memorando de entendimiento con Thomas, como él mismo ha indicado anteriormente, en el que se establecían diversas esferas en las que la OMS y el COI trabajarán más estrechamente para promover la salud y el deporte.
Estoy encantado de anunciar que mañana firmaré un nuevo memorando de entendimiento con el Sr. Andrew Parsons, el Presidente del Comité Paralímpico Internacional.
La OMS también ha firmado un memorando de entendimiento con la FIFA y esperamos trabajar con muchas más federaciones deportivas para promover y proteger la salud, comunicar sobre la salud a través del deporte y perseguir los valores olímpicos de la excelencia, la amistad y el respeto.
Esos valores son ahora más importantes que nunca, y cada uno de ellos es relevante para nuestra lucha contra la pandemia de COVID-19.
La excelencia, la amistad y el respeto que veremos en el estadio olímpico durante los Juegos Olímpicos y Paralímpicos deben convertirse en un símbolo de lo que es posible en todos los lugares.
De lo que los humanos somos capaces de hacer, con las condiciones y la preparación adecuadas.
Pienso en el etíope Abebe Bikila, el primer oro olímpico africano negro, que ganó en la maratón de los Juegos de Roma de 1960 corriendo descalzo, y nuevamente en los Juegos de 1964, aquí en Tokio, las dos veces en un tiempo récord. Como saben, Abebe Bikila sirvió de inspiración a muchos italianos y japoneses. Espero conocer a algunos de esos japoneses que encontraron la inspiración para correr en Abebe Bikila.
En la próxima quincena, el objetivo principal de los atletas será lograr el máximo rendimiento para triunfar por ellos y por sus naciones.
Para lograr el éxito en estos Juegos se requiere velocidad, fuerza y habilidad. Pero también determinación, dedicación y disciplina.
Lo mismo es válido para nosotros. Nuestro objetivo principal como mundo unido debe ser hacer todo lo posible para triunfar sobre la pandemia, con determinación, dedicación y disciplina.
No estamos en una carrera entre nosotros; estamos en una carrera contra el virus, un virus muy peligroso.
La pandemia supone una profunda crisis de salud pública. Pero es mucho más que eso.
Es más que un prueba para la ciencia; es una prueba de nuestro carácter.
Al comienzo de mi alocución he dicho que a menudo me preguntan cuándo terminará la pandemia. Es la pregunta que todos se hacen.
Mi respuesta es tan sencilla como la pregunta: cuando el mundo decida acabar con ella. Está en nuestras manos.
Tenemos todos los instrumentos que necesitamos: podemos prevenir la enfermedad, podemos detectarla con pruebas y podemos tratarla.
Es más de lo que tenemos para muchas otras enfermedades que han existido durante mucho más tiempo y que plantean dificultades científicas y médicas más complejas y aún no resueltas: no hay vacuna para el VIH, no hay cura para la enfermedad de Alzheimer, no hay una prueba simple para todas las formas de tuberculosis, y la lista sigue y sigue.
Pero no para la COVID-19. Esta es una pandemia que en gran medida podemos controlar. Tenemos los instrumentos para prevenir la transmisión y salvar vidas.
Podemos optar por acabar con ella.
Nuestro objetivo común debe ser vacunar al 70% de la población de todos los países para mediados del próximo año.
Lograrlo requerirá compromiso, preparación y habilidad. Pero el premio será salvar vidas y lograr una recuperación mundial sostenible.
Poner fin a la pandemia es una decisión que todos podemos tomar. Y todos, gobiernos, empresas, sociedad civil y pueblos del mundo, podemos hacer algo.
La razón por la que no acabamos con ella es la falta de un compromiso político real. Es desalentador ver que no somos capaces de acabar con ella teniendo todos los instrumentos en nuestras manos. Tengo un mensaje para cuatro grupos.
Primero, para los gobiernos.
Cada gobierno debe comprometerse a proteger a su población mediante un conjunto consecuente y adaptado al entorno de medidas sociales y de salud pública.
No hay atajos. Si no somos precavidos, pagaremos las consecuencias.
Los gobiernos de los países del G20, en particular, deben mostrar un liderazgo colectivo para lograr que se amplíe urgentemente la producción y el despliegue de los instrumentos necesarios para salvar vidas. Tienen todos los medios para hacerlo.
Doy las gracias al Japón por haber participado en la organización de la Cumbre de la Alianza Gavi sobre el Compromiso Anticipado de Mercado (CAM) del COVAX del mes pasado y por su generosidad al contribuir con mil millones de dólares estadounidenses al Mecanismo COVAX.
Ese es el tipo de liderazgo que necesitamos.
Si se lo proponen, las principales economías del mundo podrían controlar la pandemia a nivel mundial en cuestión de meses, compartiendo dosis a través de COVAX, financiando el Acelerador ACT e incentivando a los fabricantes a hacer todo lo necesario para aumentar la producción.
Si las naciones pueden movilizar el poder de la industria para la guerra, ¿por qué no pueden hacer lo mismo para derrotar a este enemigo común? Y todo el mundo sabe que actualmente se invierte en la lucha contra la COVID-19 una fracción de lo que se invierte en defensa para matar gente.
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Segundo, para las empresas.
Las empresas que fabrican vacunas, pruebas y tratamientos han dado al mundo instrumentos poderosos que suponen también una fuente de esperanza.
Pero también ellas tienen la responsabilidad social de asegurarse de que esos instrumentos estén disponibles para todos aquellos que los necesiten, estén donde estén.
La mayoría de las vacunas se desarrollaron con fondos públicos.
Aunque numerosas empresas se han comprometido a compartir dosis, muchos de esos compromisos todavía no se han cumplido.
Para alcanzar nuestra meta de vacunar al 70% de la población de todos los países para mediados del próximo año necesitamos 11 mil millones de vacunas.
Eso requerirá un incremento urgente y dramático de la producción. Si se hace en 2023 o en años posteriores será demasiado tarde. Eso es lo que dicen algunas personas.
Hay muchas formas de aumentar la producción, como compartiendo conocimientos especializados y tecnología con otras empresas con capacidad de producción, o renunciando a los derechos de propiedad intelectual sobre ciertos productos durante un tiempo determinado.
La OMS valora el papel del sector privado en la pandemia y en muchas esferas de la salud. El sistema de propiedad intelectual desempeña un papel vital en el fomento de la innovación de nuevos instrumentos para salvar vidas.
Pero estamos ante una crisis sin precedentes, que exige medidas sin precedentes. Con tantas vidas en juego, los beneficios y las patentes deben quedar en segundo plano.
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Tercero, para la sociedad civil.
Muchas organizaciones de la sociedad civil han contribuido de manera espectacular.
Aprecio en particular la alianza entre más de 60 organizaciones de la sociedad civil que han unido fuerzas para abogar por la equidad vacunal. Les doy las gracias por todo lo que han hecho y les pido, por favor, que sigan haciéndolo. Sus voces se deben seguir escuchando. Y sigan haciendo presión para que, con su apoyo, podamos alcanzar el 70% de vacunación para mediados del próximo año y poner fin a la pandemia.
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Y cuarto, para los pueblos del mundo.
Como individuos, tenemos la capacidad de modificar el curso de esta pandemia, con nuestras elecciones y nuestras voces.
Las decisiones que tomamos cada día pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte, por ejemplo quedarse en casa, respetar el distanciamiento físico, llevar mascarilla, ventilar y lavarse las manos.
Esas sencillas medidas pueden salvarles a ustedes la vida y salvársela a otras personas en su familia, su comunidad o en el otro lado del mundo.
En nuestra aldea mundial, nuestras vidas están entrelazadas, incluso con aquellos que no conoceremos nunca.
Y cuando la ciudadanía habla con una sola voz, los gobiernos y las empresas escuchan.
Hago un llamamiento a los pueblos del mundo para que alcen la voz en favor de la equidad vacunal. Digan a sus gobiernos que compartir no es caridad; es interés propio con conocimiento de causa. Cuando invierten en proteger a los demás, están invirtiendo en protegerles a ustedes.
Todos nosotros (gobiernos, empresas, sociedad civil, individuos, el COI) podemos luchar contra la infodemia que priva a las personas de información que salva vidas y disemina mentiras letales.
Y toda persona, organización o empresa puede contribuir a salvar vidas haciendo una donación al Fondo de Respuesta Solidaria de la Fundación pro OMS.
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Amigos:
Los Juegos Olímpicos reúnen a las naciones del mundo para que sus atletas compitan y se esfuercen en hacer realidad el lema olímpico de «más rápido, más alto, más fuerte».
Ese lema se aplica igualmente a nuestra lucha contra la crisis definitoria de nuestro tiempo.
Debemos ser más rápidos en la distribución de vacunas en todo el mundo.
Debemos apuntar más alto y vacunar al 70% de la población de todos los países para mediados del próximo año.
Debemos ser más fuertes y eliminar todos los obstáculos que nos impiden aumentar la producción.
Y debemos hacerlo todos juntos, de forma solidaria.
Pero más allá de la competición, de las medallas y de los récords, los Juegos reúnen a las naciones del mundo para celebrar el deporte, la salud, la excelencia, la amistad y el respeto.
Pero, en última instancia, para celebrar algo aún más importante, algo que nuestro mundo necesita ahora más que nunca: esperanza.
Las celebraciones podrán ser más silenciosas este año, pero el mensaje de esperanza será todavía más importante.
Que estos Juegos sean el momento que una al mundo y encienda la llama de la solidaridad y la determinación que necesitamos para poner fin a la pandemia juntos, vacunando al 70% de la población de todos los países para mediados del próximo año.
Que el mensaje de esperanza resuene desde Tokio en todo el mundo, en cada nación, cada pueblo y cada corazón.
Que la antorcha olímpica sea un símbolo de esperanza que recorra el planeta.
Y que los rayos de esperanza de esta tierra del sol naciente iluminen un nuevo amanecer para un mundo más sano, seguro y justo.
Muchas gracias. Arigato gozaimasu.