Buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Esta semana tuve el privilegio de viajar a Bruselas para la presentación de la Estrategia mundial de la Unión Europea en materia de salud.
Para la OMS, la UE es un asociado clave, y ha desempeñado un papel de liderazgo en el terreno de la salud mundial. Fue uno de los impulsores de la creación del Acelerador ACT, y se encuentra entre los mayores contribuyentes a COVAX.
La nueva estrategia mundial de la Unión Europea en materia de salud está en estrecha sintonía con las prioridades de la OMS y ayudará a hacer frente a muchos de los desafíos más acuciantes en materia de salud a escala mundial, desde abordar las causas profundas de las enfermedades hasta prestar apoyo a los países en el camino hacia la cobertura sanitaria universal, hacer de nuestro mundo un lugar más seguro y erradicar de manera definitiva la poliomielitis.
También me siento profundamente agradecido por haber firmado un acuerdo con la Comisaria Urplilainen en virtud del cual la Unión Europea contribuirá con €125 millones a la Alianza en pro de la CSU de la OMS, que está ayudando a 115 países a avanzar hacia la cobertura sanitaria universal.
Gracias de todo corazón a la Unión Europea, a sus Estados Miembros y a los ciudadanos de Europa.
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Este apoyo llega en un momento crítico.
El mundo se enfrenta a una combinación mortal: guerra, hambre y enfermedades.
Ayer, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas presentó su Panorama Global Humanitario 2023, e hizo un llamamiento para recaudar US$ 51 500 millones a fin de atender las necesidades humanitarias en todo el mundo el próximo año; una cantidad sin precedentes para unas necesidades sin precedentes.
El número de personas que necesitarán ayuda humanitaria en 2023 asciende a 339 millones, una cifra récord y que equivale a una de cada 23 personas en el planeta.
Las crisis humanitarias afectan a la población en todos los aspectos de su vida, y reducen, entre otras cosas, su acceso a la atención de la salud, a menudo justo en el momento en que más necesaria es.
Las personas que huyen de conflictos o de la sequía, o que viven en la pobreza y se enfrentan al hambre, son las mismas cuya salud está más amenazada.
En las crisis humanitarias, intervenciones de salud como la vacunación, la vigilancia de la morbilidad y el tratamiento de los niños con malnutrición pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
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El pasado sábado se cumplió un año desde que la OMS anunció una nueva variante preocupante en la pandemia de COVID-19: la variante ómicron.
Esta variante ha demostrado ser significativamente más transmisible que su predecesora, la variante delta, y continúa mostrando una elevada mortalidad debido a la intensidad de la transmisión.
El número de muertes semanales notificadas a la OMS ha disminuido ligeramente en las últimas cinco semanas, pero más de 8500 personas perdieron la vida la semana pasada, lo que resulta inaceptable transcurridos tres años desde el inicio de la pandemia, cuando disponemos de tantas herramientas para prevenir las infecciones y salvar vidas.
Desde la aparición de la variante ómicron, el virus ha seguido evolucionando.
Hoy en día, el número de sublinajes en circulación de la variante ómicron supera los 500.
Todos ellos son altamente transmisibles.
Se replican en las vías respiratorias superiores y tienden a causar una enfermedad menos grave que las variantes preocupantes anteriores.
Y todos tienen mutaciones que les permiten sortear más fácilmente la inmunidad que hemos ido desarrollando.
La OMS estima que al menos el 90% de la población mundial tiene ahora algún tipo de inmunidad al SARS-CoV-2, ya sea por una infección previa o por la vacuna.
Estamos mucho más cerca de poder decir que la fase de emergencia de la pandemia ha terminado, pero aún no hemos llegado a ese punto.
Las lagunas en cuanto a la vigilancia, la realización de pruebas, la secuenciación y la vacunación siguen creando las condiciones perfectas para que surja una nueva variante preocupante que podría causar una elevada mortalidad.
La OMS sigue instando a todos los países a adoptar un enfoque basado en el riesgo que proteja tanto la salud pública como los derechos humanos.
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A principios de esta semana, la OMS anunció que empezará a utilizar en inglés el término «mpox» como sinónimo de «monkeypox» (en español, «viruela símica»). Ambos términos se utilizarán en inglés durante un año, a lo largo del cual el término «monkeypox» se irá eliminando gradualmente.
Mientras tanto, el brote mundial de viruela símica sigue remitiendo, como evidencia el hecho de que la semana pasada se notificaran 620 casos, lo que supone más de un 90% menos que el máximo alcanzado en agosto. La mayoría de los casos se notifican en América Latina.
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Por último, ayer fue el Día Mundial del Sida, una oportunidad para reafirmar y volver a centrarnos en nuestro compromiso compartido de poner fin al sida en cuanto que amenaza para la salud pública para 2030.
Faltan solo 8 años y no estamos donde deberíamos estar.
La pandemia trastocó gravemente el acceso al tratamiento y a los servicios relacionados con el VIH en muchos países, mientras que en otras zonas, como Tigré, los conflictos, los desplazamientos y otras emergencias humanitarias están impidiendo a las personas acceder a la atención que necesitan.
Si bien más de 28 millones de personas reciben tratamientos antirretrovíricos que salvan vidas, ni el número de nuevas infecciones ni el de muertes disminuyen con la rapidez deseada.
Y las graves desigualdades e inequidades impiden que las personas reciban la atención que necesitan.
Más de 650 000 personas murieron el año pasado por causas relacionadas con el sida, y 1,5 millones de personas se infectaron por el VIH.
Cerca de seis millones de personas que viven con el VIH no reciben tratamiento.
Otros cuatro millones de personas han contraído el VIH, pero no han recibido un diagnóstico.
Y prácticamente la mitad de los niños que necesitan tratamiento no pueden acceder a él.
Los grupos poblacionales clave (hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, transexuales, trabajadores sexuales, consumidores de drogas inyectables o la población penitenciaria) continúan teniendo que hacer frente a muchos obstáculos para recibir atención.
Junto con sus parejas, estos grupos representan el 70% de todas las nuevas infecciones a nivel mundial.
Si bien la transmisión ha disminuido en África, en los últimos diez años no ha habido, en ese continente, una reducción significativa del VIH entre los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres.
El brote de viruela símica muestra la rapidez con la que pueden avanzar las infecciones en las redes sexuales, pero unas respuestas lideradas por la comunidad y unas actitudes abiertas a la hora de abordar el estigma pueden prevenir la transmisión y salvar vidas.
Así pues, en el Día Mundial del Sida, y siempre, la OMS pide a todos los países que igualen la respuesta al VIH.
Margaret, le devuelvo la palabra.