Buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Este jueves se cumplen seis meses desde que la OMS declarara la COVID-19 una emergencia de salud pública de importancia internacional.
Es la sexta vez que se declara una emergencia sanitaria mundial en virtud del Reglamento Sanitario Internacional, pero es sin duda la más grave.
Ya se han notificado a la OMS cerca de 16 millones de casos y más de 640 000 muertes.
Y la pandemia sigue acelerándose.
En las últimas seis semanas, el número total de casos se ha duplicado prácticamente.
Cuando el 30 de enero declaré la emergencia de salud pública de importancia internacional —el mayor nivel de alarma según el derecho internacional—, fuera de China había menos de 100 casos y ningún fallecido.
Como exige el Reglamento Sanitario Internacional, a finales de esta semana volveré a convocar al Comité de Emergencias para que reevalúe la pandemia y me asesore al respecto.
La COVID-19 ha cambiado nuestro mundo. Ha unido a personas, comunidades y naciones, y los ha separado.
Ha demostrado de qué somos capaces los humanos, tanto para bien como para mal.
Hemos aprendido mucho, y seguimos aprendiendo.
Sin embargo, aunque nuestro mundo ha cambiado, los pilares fundamentales de la respuesta no lo han hecho: hace falta liderazgo político, e informar, involucrar y escuchar a las comunidades.
Tampoco han cambiado las medidas básicas necesarias para suprimir la transmisión y salvar vidas: encontrar, aislar, hacer pruebas y atender a los casos; y rastrear y poner en cuarentena a sus contactos.
Manténgase a distancia de los demás, lávese las manos, evite las aglomeraciones y los lugares cerrados y utilice una mascarilla cuando así se recomiende.
Si se siguen estas medidas, los casos disminuyen. Si no se siguen, los casos aumentan.
Los países y comunidades que han seguido este consejo meticulosa y sistemáticamente han obtenido buenos resultados, ya sea en la prevención de brotes de gran escala —como Camboya, Nueva Zelandia, Rwanda, Tailandia, Viet Nam y las islas del Pacífico y el Caribe— o en el control de grandes brotes —como Alemania, el Canadá, China y la República de Corea—.
Estos son solo algunos ejemplos, pero podría haber mencionado muchos más.
La conclusión es que uno de los ingredientes fundamentales para detener este virus es la determinación y la voluntad de tomar decisiones difíciles para protegernos a nosotros mismos y a los demás.
Durante los últimos seis meses, la OMS ha trabajado incansablemente para apoyar a los países a prepararse y responder a este virus.
Estoy inmensamente orgulloso de nuestra Organización, la OMS, y de su increíble personal y de sus esfuerzos.
A los pocos días de conocer los primeros casos en China, publicamos orientaciones exhaustivas sobre cómo localizar, hacer pruebas y tratar a los casos y proteger a los trabajadores de la salud.
También publicamos el primer protocolo para las pruebas de detección del virus, e inmediatamente comenzamos a trabajar con un fabricante en Alemania para producir pruebas y enviarlas a los países que más las necesitaban.
Convocamos a cientos de científicos con el fin de elaborar una hoja de ruta para la investigación.
Hemos reunido a miles de expertos en numerosas disciplinas de todo el mundo para analizar la evolución de los datos probatorios y convertirlos en orientaciones.
Nunca antes la OMS había producido un volumen tan grande de recomendaciones técnicas en un periodo tan corto.
Más de 4 millones de personas se han inscrito en nuestros cursos de formación mediante la plataforma de aprendizaje en línea OpenWHO.org.
Lanzamos el ensayo Solidaridad para averiguar rápidamente qué tratamientos son los más eficaces.
Pusimos en marcha vuelos solidarios para enviar millones de pruebas y toneladas de equipo de protección a todo el mundo.
Creamos el Fondo de Respuesta Solidaria, que hasta ahora ha movilizado más de US$ 225 millones provenientes de más de 563 000 personas, empresas y entidades filantrópicas.
Además, hemos movilizado más de US$ 1000 millones de los Estados Miembros y otros generosos donantes para apoyar a los países.
Trabajamos con organizaciones comunitarias, grupos religiosos, el sector público y privado, empresas de tecnología y muchos otros grupos para luchar contra la infodemia.
Y hemos puesto en marcha el Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19 para impulsar el desarrollo, la producción y la distribución equitativa de vacunas, pruebas diagnósticas y tratamientos.
Hemos hecho muchísimo, pero todavía tenemos un largo y arduo camino por delante.
Sabemos que las consecuencias de la pandemia van mucho más allá del sufrimiento causado por el propio virus.
Muchos servicios de salud esenciales se han interrumpido, incluidos los servicios relativos a la hepatitis.
Mañana es el Día Mundial de la Hepatitis.
Hay cinco cepas principales del virus de la hepatitis.
Los dos tipos más comunes, B y C, causan daño hepático y cáncer de hígado.
Se calcula que 325 millones de personas en todo el mundo viven con la hepatitis B o C y que cada año estos virus matan a 1,3 millones de personas.
En 2016, la Asamblea de la Salud adoptó la estrategia mundial contra las hepatitis, donde se establecían las primeras metas mundiales para acabar con ellas.
La estrategia preconiza la eliminación de las hepatitis víricas como amenaza para la salud pública para 2030, con una reducción de las nuevas infecciones en un 90% y de la mortalidad en un 65%.
Hubo un tiempo en que la mera idea de eliminar la hepatitis podría haber parecido ciencia ficción.
Sin embargo, los nuevos medicamentos han logrado que la hepatitis C deje de ser una afección mortal y crónica para convertirse en una enfermedad que, en la mayoría de los casos, puede curarse en 12 semanas, si bien en numerosos países los medicamentos siguen siendo caros y están fuera del alcance de muchos pacientes.
Aún así, muchos países están haciendo progresos extraordinarios.
Egipto ha realizado pruebas de hepatitis C a más de 60 millones de personas y ha ofrecido tratamiento gratuito a las que dieron positivo.
También se observan algunos avances en la eliminación de la hepatitis B, por ejemplo en Asia, donde la cobertura de la inmunización contra la hepatitis B en la infancia es elevada, incluida la importantísima dosis neonatal.
Hoy celebramos más buenas noticias:
Una nueva investigación dirigida por la OMS y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres muestra que, juntos, hemos logrado la meta mundial fijada en el año 2000 de reducir la prevalencia de la hepatitis B en los niños menores de cinco años a menos del 1% para el año 2020.
Este logro histórico significa que reduciremos drásticamente el número de casos de cáncer hepático y cirrosis en las futuras generaciones.
Sin embargo, los progresos se ven obstaculizados por la escasa cobertura de la vacuna contra la hepatitis B en algunas regiones, en particular en África subsahariana, donde muchos niños siguen sin recibir la importante dosis neonatal de la vacuna.
Una de las mayores dificultades a las que nos enfrentamos para eliminar la hepatitis B es la transmisión de la madre al hijo.
Mañana, la OMS presentará las nuevas directrices para la prevención de la transmisión maternofilial de la hepatitis B.
Hacemos un llamamiento a los países —especialmente a los que tienen la mayor carga— para que apliquen estas nuevas directrices como trampolín en el camino hacia la eliminación de la hepatitis.
Ese camino se ha vuelto más dificultoso debido a la COVID-19.
Se han interrumpido los servicios de prevención, pruebas y tratamiento, se están suspendiendo las cadenas de suministro, se están desviando a otros fines los limitados recursos financieros y humanos, y la atención política se ha desplazado hacia la contención de la pandemia y la recuperación económica.
Todo esto significa que existe un riesgo real de que perdamos los logros cosechados.
Como tantas enfermedades, la hepatitis no es solo un problema de salud. Supone una enorme carga social y económica.
Al cumplirse seis meses de la declaración de la emergencia sanitaria mundial, la pandemia de COVID-19 está demostrando que la salud no es una recompensa por el desarrollo, sino la base de la estabilidad social, económica y política.
No somos prisioneros de la pandemia. Todos y cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de mejorar la situación. El futuro está en nuestras manos.
La OMS sigue plenamente comprometida a servir a todas las personas y a todos los países mediante la ciencia, soluciones y solidaridad.
Muchas gracias.