Buenos días, buenas tardes y buenas noches.
En primer lugar, quiero dar la bienvenida a todos los periodistas hablantes de hindi, cuyas preguntas aguardamos con interés.
En total, las ruedas de prensa de la OMS se ofrecen ya en ocho idiomas: en los seis idiomas oficiales de las Naciones Unidas, en portugués y en hindi. Además, se proporcionan subtítulos para personas con dificultades auditivas.
Hasta la fecha se han notificado a la OMS más de 3,5 millones de casos de COVID-19 y casi 250 000 defunciones por esta enfermedad.
Desde comienzos de abril, diariamente se han notificado en promedio a la OMS unos 80 000 casos nuevos.
Pero no son únicamente números: cada caso es una madre o un padre, un hijo o una hija, un hermano o una hermana, una amiga o un amigo.
Aunque el número de casos notificados en Europa Occidental está descendiendo, cada día se notifican más casos en Europa Oriental, África, Asia Sudoriental, el Mediterráneo Oriental y las Américas.
Sin embargo, incluso dentro de una misma región o un mismo país se observan tendencias divergentes.
Cada país y cada región necesita un enfoque específico.
Pero los efectos de la pandemia van mucho más allá de las cifras de casos y fallecimientos.
En todo el mundo, la pandemia ha provocado graves perturbaciones en los servicios de salud esenciales, incluida la atención comunitaria de salud.
Aunque los profesionales sanitarios, como el personal médico y de enfermería, desempeñan un papel crucial, en muchos países los miembros de la comunidad formados para ello ejercen también una función vital en la prestación de servicios de salud esenciales como la vacunación, el cribado prenatal y la detección, la prevención y el tratamiento de muchas enfermedades.
Hoy, la OMS, el UNICEF y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja han publicado orientaciones para los países sobre el modo de mantener la atención comunitaria de salud en el contexto de la COVID-19.
En dichas orientaciones figuran recomendaciones prácticas para los países sobre el sostenimiento de los servicios comunitarios esenciales y el aprovechamiento de los agentes de salud comunitarios para la respuesta a la COVID-19 sin descuidar su protección, así como consejos sobre el modo de adaptar los servicios para enfermedades y grupos etarios específicos.
Por ejemplo, se sugiere recurrir a la telemedicina siempre que sea posible, o distribuir puerta a puerta los mosquiteros tratados con insecticidas para prevenir el paludismo en lugar de pedir a las personas que vayan a recogerlos en una ubicación centralizada.
También es vital que los países presten mucha atención a los miembros más vulnerables de la sociedad.
Las crisis pueden exacerbar las desigualdades que ya existen, lo que se refleja en el hecho de que, en algunos países, determinados grupos de población presenten mayores tasas de hospitalización y de mortalidad.
Debemos abordar este problema en el presente inmediato y a largo plazo dando prioridad al diagnóstico y el tratamiento de las personas sujetas a mayor riesgo.
No solo porque sea lo correcto, sino porque además es lo inteligente.
No podremos poner fin a la pandemia hasta que abordemos las desigualdades que la están avivando.
Las orientaciones de hoy complementan el marco de las Naciones Unidas para la respuesta socioeconómica a la COVID-19, publicado la semana pasada.
El marco establece una «hoja de ruta para la recuperación» para que los países protejan la vida y los medios de subsistencia e impulsen la reanudación de la actividad empresarial y económica lo antes posible.
Es importante destacar que el marco adopta un enfoque que da prioridad a la salud y reconoce que unos sistemas sanitarios fuertes y resilientes deben ser la base de la recuperación en todos los países.
Ahora que cada vez más países se están planteando cómo relajar las medidas de confinamiento, quiero reiterar los seis criterios que la OMS les recomienda tener en cuenta para esa relajación:
En primer lugar, que el sistema de vigilancia sea sólido, el número de casos esté disminuyendo y la transmisión esté controlada;
en segundo lugar, que el sistema sanitario disponga de capacidades para detectar, aislar, hacer pruebas y tratar a todos los casos y para rastrear a todos los contactos;
en tercer lugar, que se minimicen los riesgos de brotes en entornos especiales como centros sanitarios y residencias de ancianos;
en cuarto lugar, que se apliquen medidas preventivas en los lugares de trabajo, centros educativos y otras ubicaciones a las que sea esencial que acudan las personas;
en quinto lugar, que puedan controlarse los riesgos de importación de casos;
y, en sexto lugar, que las comunidades estén plenamente informadas, implicadas y empoderadas para adaptarse a la «nueva normalidad».
El riesgo de una vuelta al confinamiento sigue siendo muy real si los países no gestionan la transición con sumo cuidado y de forma escalonada.
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La pandemia ha puesto de relieve la importancia de unos sistemas sanitarios nacionales y subnacionales fuertes como base de la seguridad sanitaria mundial y la cobertura sanitaria universal.
Unos sistemas sanitarios fuertes y resilientes son la mejor defensa no solo contra brotes y pandemias, sino también contra las múltiples amenazas para la salud a las que las personas se enfrentan diariamente en todo el mundo.
Y, sin embargo, si se mantienen las tendencias actuales en 2030 habrá más de 5000 millones de personas que no tendrán acceso a servicios de salud esenciales, como la posibilidad de acudir a un profesional sanitario, el acceso a medicamentos esenciales, y la disponibilidad de agua corriente en los hospitales.
Este tipo de deficiencias no solo socavan la salud de las personas, las familias y las comunidades, sino que ponen en riesgo la seguridad mundial y el desarrollo económico.
El mundo gasta anualmente en salud unos US$ 7,5 billones, casi el 10% del PIB mundial.
Pero las mejores inversiones son las destinadas a promover la salud y prevenir las enfermedades en el ámbito de la atención primaria de salud, algo que salva vidas y ahorra dinero. Prevenir no solo es mejor que curar, sino que es más barato y resulta lo más inteligente.
La pandemia de COVID-19 acabará remitiendo, pero no podemos volver a las prácticas habituales. No podemos seguir invirtiendo precipitadamente movidos por el pánico y desatender en cambio la preparación.
A la vez que trabajamos para responder a esta pandemia también debemos esforzarnos más en prepararnos para la próxima. Ahora tenemos la oportunidad de sentar las bases de unos sistemas sanitarios resilientes en todo el mundo, algo que se ha dejado de lado durante demasiado tiempo.
Esto incluye sistemas de preparación, prevención y respuesta ante patógenos emergentes.
Si algo podemos aprender de la COVID-19 es que invertir en salud ahora salvará vidas en el futuro.
La historia nos juzgará a todos no solo por nuestra superación de esta pandemia, sino también por las enseñanzas que extraigamos y las medidas que adoptemos una vez superada.
Antes de terminar repetiré algo que he dicho ya muchas veces:
El antídoto para esta pandemia es la unidad nacional y la solidaridad mundial. Juntos derrotaremos a la COVID-19.
Muchas gracias.