Su Excelencia el Sr. Volkan Bozkir, Presidente de la Asamblea General,
Sra. Amina Mohamed, Vicesecretaria General,
excelencias, estimadas hermanas y hermanos:
Hace 75 años, mientras el mundo todavía se recuperaba lentamente del segundo conflicto mundial en 30 años, se concibió un nuevo proyecto: un proyecto surgido del sufrimiento, la muerte y la pérdida, pero también de la esperanza y la clara comprensión de que no hay futuro si no es en común.
Ese proyecto, por supuesto, eran las Naciones Unidas.
En los últimos 75 años, las Naciones Unidas han logrado muchos éxitos, pero también han afrontado muchos desafíos.
Sin embargo, nada es comparable a la pandemia de COVID-19, que ha tensado el propio tejido del multilateralismo.
Todos nos hemos enfrentado a desafíos y hemos tenido que aprender, pero la pandemia ha puesto de manifiesto lo que las Naciones Unidas pueden conseguir en su mejor momento.
Aunque la COVID-19 ha provocado una crisis sanitaria, ha tenido repercusiones en todas las esferas de la labor de las Naciones Unidas.
En el inicio de la pandemia, el Secretario General y yo acordamos activar el equipo de gestión de crisis de las Naciones Unidas, dirigido por el Director del Programa de Emergencias de la OMS, el Dr. Mike Ryan.
Hemos trabajado con colegas de toda la familia de las Naciones Unidas en numerosos ámbitos, como las cadenas de suministro, los viajes, las comunicaciones, las reuniones multitudinarias, la interacción entre animales y seres humanos o la labor conjunta en los países, entre otros.
Por ejemplo, hemos colaborado estrechamente con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y otros asociados para establecer el Sistema de Cadenas de Suministro de las Naciones Unidas, a través del cual se han entregado millones de pruebas y componentes de EPP en 179 países y territorios.
Me gustaría dar las gracias particularmente a Atul Khare, Mark Lowcock, Melissa Fleming, Robert Piper, Amer Daouidi y otros por su colaboración y apoyo.
La pandemia ha demostrado de lo que la humanidad es capaz tanto en su mejor como en su peor momento.
Por una parte, hemos sido testigos de actos inspiradores de compasión y sacrificio, proezas impresionantes en el ámbito de la ciencia y la innovación, y muestras de solidaridad conmovedoras.
Sin embargo, también se han observado casos inquietantes de egoísmo, elusión de responsabilidades y división.
Hasta la fecha se han notificado más de 60 millones de casos de COVID-19 a la OMS, y más de un millón y medio de personas han perdido la vida.
Aunque se trata de una crisis sanitaria mundial, es importante recordar que no todos los países han respondido de la misma manera ni se han visto afectados por igual.
Muchos países han logrado prevenir o contener la transmisión generalizada de COVID-19 con instrumentos de salud pública de reconocida eficacia.
No es fruto de la geografía o la demografía.
Estos países han demostrado que se puede domar al virus con ciencia, solidaridad y sacrificio.
Por otra parte, el virus se impone y se propaga allí donde la ciencia se pierde entre teorías conspirativas, donde la solidaridad se ve socavada por la división y donde el interés propio se antepone al sacrificio.
===
Hoy me gustaría exponer cuatro esferas clave en las que necesitamos el liderazgo de las naciones, en el marco de las Naciones Unidas, para poner fin a la pandemia y construir el mundo posterior a la pandemia.
En primer lugar, es necesario invertir en vacunas para poner fin a la pandemia.
Los resultados positivos obtenidos en las últimas semanas en los ensayos de vacunas dejan ver, cada vez con mayor claridad, la luz al final del túnel.
Aunque el camino que tenemos por delante sigue siendo peligroso, podemos empezar a vislumbrar el fin de la pandemia.
Pero permítanme ser claro: un mundo en el que los pobres y marginados son pisoteados por los ricos y poderosos en la estampida por las vacunas simplemente es inaceptable.
Se trata de una crisis mundial, por lo que las soluciones deben compartirse equitativamente como bienes públicos mundiales, y no como productos privados que aumentan las desigualdades y se convierten en otra razón por la que algunas personas se quedan atrás. Nadie debe quedar atrás.
Y este principio debe aplicarse tanto dentro de los los países como entre ellos.
La tarea de reducir las desigualdades no comienza después de la pandemia. Debe ser parte integral de la respuesta.
Si el mundo no supera esta prueba, ¿qué esperanza hay de estar a la altura del alcance y la escala de los Objetivos de Desarrollo Sostenible?
La OMS estableció el Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19 en abril con el apoyo de muchos asociados.
Se trata de un proyecto de colaboración sin precedentes con dos objetivos: desarrollar vacunas, medios de diagnóstico y tratamientos rápidamente, y garantizar una asignación y entrega equitativas.
El Acelerador ACT ya ha producido resultados concretos.
Hemos llegado a un acuerdo para la compra de 120 millones de pruebas de diagnóstico rápido de bajo costo para los países de ingresos bajos y medianos.
Hemos asegurado suministros de dexametasona, el único medicamento que se ha demostrado que reduce el riesgo de muerte por COVID-19, para hasta 4,5 millones de pacientes en países de ingresos bajos.
Además, como parte del Acelerador ACT, 189 países y economías participan en el Mecanismo COVAX.
Sin embargo, a menos que se financie totalmente, el Acelerador ACT corre el peligro de acabar siendo un mero gesto noble.
El Acelerador ACT se enfrenta a un déficit de financiación inmediato de US$ 4 300 millones para sentar las bases para la adquisición y entrega masivas de vacunas, medios diagnósticos y tratamientos. El próximo año se necesitarán otros US$ 23 900 millones.
Permítanme poner la cifra en perspectiva: equivale a menos de la mitad del 1 por ciento de los US$ 11 billones que se destinarán a las medidas de estímulo anunciadas por los países del G20 hasta ahora.
Las vacunas son una inversión que se amortizará rápidamente y con creces.
Compartir los frutos de la ciencia no es caridad, sino que redunda en el interés superior de cada país.
===
En segundo lugar, debemos invertir en preparación para prevenir la próxima pandemia.
A pesar de las advertencias realizadas desde hace años, muchos países simplemente no estaban preparados para la COVID-19.
Muchos asumieron erróneamente que sus sólidos sistemas de salud los protegerían.
Muchos de los países que mejor han respondido a la pandemia son aquellos que han debido responder recientemente a brotes de SRAS, MERS, H1N1 y otras enfermedades infecciosas.
Ahora todos los países deben desarrollar esa misma «memoria muscular» e invertir en las medidas que predecirán, prevendrán, controlarán y mitigarán la próxima crisis.
También resulta evidente que es necesario prestar atención al sistema mundial de preparación.
El Reglamento Sanitario Internacional (RSI) es un instrumento jurídico poderoso, pero los países deben utilizarlo de manera más eficaz.
Está claro que el RSI solo puede tener éxito si se basa en la confianza mutua, la rendición de cuentas mutua, la transparencia mutua y la legitimidad política sólida.
En septiembre establecí un comité para examinar el funcionamiento del RSI durante la pandemia y formular recomendaciones encaminadas a fortalecer su aplicación, en particular en lo relativo al mecanismo binario para declarar una emergencia de salud pública de importancia internacional.
La OMS también está colaborando con varios países en la elaboración y puesta a prueba de un nuevo mecanismo, el examen universal de la salud y la preparación, en el que los países aceptan someterse a un proceso periódico y transparente de examen inter pares, similar al examen periódico universal utilizado por el Consejo de Derechos Humanos.
Además, acogemos con satisfacción la iniciativa propuesta por el Presidente del Consejo Europeo, mi amigo Charles Michel, de elaborar un tratado internacional que proporcione la base política para reforzar la aplicación del RSI y la seguridad sanitaria mundial. Muchas gracias, Presidente Michel.
La pandemia también ha demostrado que existe una necesidad urgente de un sistema establecido a nivel mundial para compartir material patógeno y muestras clínicas, a fin de facilitar el desarrollo rápido de medidas de respuesta médicas como bienes públicos mundiales.
Suiza ha ofrecido generosamente un laboratorio de alta seguridad en el que la OMS gestionaría un nuevo «biobanco» y ahora estamos desarrollando el marco en el que se facilitarían y compartirían muestras.
Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar las gracias a Tailandia e Italia por ser los dos primeros países que se han ofrecido como voluntarios para depositar muestras en el banco.
===
En tercer lugar, hay que invertir en salud como base de la paz y la prosperidad.
La pandemia ha demostrado que una crisis sanitaria no es solo una crisis sanitaria: es una crisis social, económica, política y humanitaria.
Millones de personas han perdido sus medios de vida, la economía mundial se ha visto sumida en la mayor recesión desde la Gran Depresión, las fisuras geopolíticas han aumentado y el sistema multilateral ha sido puesto en tela de juicio.
La falta de inversión en salud tiene consecuencias de gran alcance, mientras que la inversión en salud tiene grandes beneficios.
Hermana Amina, usted ha descrito la salud como el «punto de conexión» para todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible. No puedo estar más de acuerdo.
Invertir en salud es invertir en sociedades prósperas. Permite a las personas, las familias, las comunidades y las naciones florecer.
El mundo gasta anualmente en salud US$ 7,5 billones, casi el 10 por ciento del PIB mundial.
Sin embargo, la mayor parte de este gasto se realiza en los países más ricos y se dirige desproporcionadamente al tratamiento de enfermedades, en lugar de a la promoción y la protección de la salud.
Necesitamos replantearnos radicalmente la forma en que vemos y valoramos la salud.
En consecuencia, he creado un nuevo Consejo sobre los Aspectos Económicos de la Salud para Todos con miras a examinar y dilucidar los vínculos entre la salud y el crecimiento económico inclusivo e impulsado por la innovación.
El consejo estará presidido por la distinguida economista Mariana Mazzucato, y Su Excelencia Sanaa Marin, Primera Ministra de Finlandia, ha aceptado generosamente ser su patrocinadora. Kiitos, Excelencia.
La buena noticia es que ya existe un fuerte compromiso político en pro de la salud.
En la Asamblea General del año pasado, todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas convinieron en respaldar la declaración política de alto nivel sobre la cobertura sanitaria universal.
Adoptaron la visión de un mundo en el que todas las personas tienen acceso a servicios esenciales de salud, sin tener que hacer frente a dificultades económicas.
La pandemia ha puesto de relieve por qué la cobertura sanitaria universal es tan importante.
En el contexto de la pandemia, muchos países han ofrecido pruebas y tratamientos gratuitos contra la COVID-19 y han prometido la vacunación gratuita para sus poblaciones.
Han reconocido que la capacidad de pago no debería marcar la diferencia entre la enfermedad y la salud, entre la vida y la muerte.
¿No debería aplicarse el mismo principio a otras crisis como el cáncer, las cardiopatías, el VIH, la tuberculosis o el paludismo? ¿Y a servicios como la inmunización sistemática, la atención materna y el control del tabaco, que pueden prevenir una crisis y los costos que genera la lucha contra ella?
La cobertura sanitaria universal se basa en sistemas de salud sólidos.
Muchos de los países más afectados por la COVID-19 son aquellos con sistemas de salud muy medicalizados, con acceso a los medicamentos, dispositivos y especialistas más avanzados del mundo.
Todo ello tiene un gran valor, pero en demasiados países se han descuidado las inversiones en funciones de salud pública básicas, que requieren una inversión muy pequeña y constituyen los cimientos de naciones seguras y saludables.
En particular, una atención primaria de salud sólida constituye los ojos y oídos de todos los sistemas de salud y es un elemento esencial para prevenir y responder a emergencias de todo tipo, desde la crisis personal de un ataque cardiaco hasta un brote de un virus nuevo y mortal, como el actual.
Es fundamental invertir en funciones de salud pública básicas, especialmente en la atención primaria de salud, si queremos evitar otra crisis de estas dimensiones.
Todos los caminos deben conducir a la cobertura sanitaria universal, con una base sólida fundamentada en la atención primaria de salud.
===
Y, en cuarto lugar, debemos invertir en el multilateralismo para salvaguardar nuestro futuro común.
La vacuna ayudará a poner fin a la pandemia. Sin embargo, no abordará las vulnerabilidades que son la causa fundamental de la pandemia.
No hay vacuna contra la pobreza.
No hay vacuna contra el hambre.
No hay vacuna contra la desigualdad.
No hay vacuna contra el cambio climático.
Cuando termine la pandemia tendremos que enfrentarnos a desafíos aún mayores de los que existían antes de que comenzara.
En 2015, las naciones del mundo adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con su visión de amplio alcance sobre las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y las alianzas.
Ese mismo año, las naciones adoptaron el Acuerdo de París y la Agenda de Acción de Addis Abeba sobre la Financiación para el Desarrollo, y tuve el honor de presidir la reunión en la que se adoptó la Agenda de Acción de Addis Abeba.
El mundo acordó una visión común para el futuro.
Sin embargo, en los años transcurridos desde entonces hemos sido testigos de una peligrosa divergencia.
El Acuerdo de París ha sido socavado, los compromisos contraídos en la Agenda de Acción de Addis Abeba se han incumplido en su mayor parte, y, aunque se ha avanzado hacia la consecución de los ODS, muy a menudo nuestros esfuerzos se han visto compartimentados y fragmentados.
Juntos, debemos elegir una vez más la convergencia, la colaboración, la cooperación y la solidaridad. La convergencia y la divergencia son una elección.
Juntos, debemos escuchar el llamamiento del Secretario General relativo al Decenio de Acción para tratar de alcanzar los ODS con aún más innovación y determinación. Gracias, Secretario General.
El año pasado, la OMS y otros 11 organismos multilaterales se reunieron para poner en marcha el Plan de acción mundial a favor de una vida sana y bienestar para todos, a fin de ayudar a los países a lograr con mayor celeridad las metas de los ODS relacionadas con la salud.
Este tipo de colaboración, entre asociados y entre países, debe ser el sello distintivo de la era posterior a la pandemia.
Hemos demostrado juntos que, ante una crisis mundial, el mundo puede encontrar nuevas formas de colaboración para resolver problemas urgentes.
Y, juntos, debemos aprovechar esa misma urgencia e innovación para superar el amplio abanico de desafíos al que nos enfrentamos.
Nadie más lo hará, y no puede esperar.
Tenemos que hacerlo nosotros, y debemos hacerlo ahora.
La humanidad ha superado muchas plagas y pandemias en el pasado, y vamos a superar esta.
Pero no podemos, ni debemos, volver a los mismos modelos de producción y consumo basados en la explotación, el mismo desprecio por el planeta que sostiene toda la vida, el mismo ciclo de pánico y abandono, y la misma política divisiva que exacerbó esta pandemia.
La pandemia nos ha llevado a una bifurcación en el camino.
Detrás de nosotros está el camino habitual, el que nos llevó a esta crisis.
Ante nosotros se encuentra un nuevo camino: uno en el que las naciones no se ven a sí mismas como rivales en un «juego de suma cero», sino como compañeros de viaje con las mismas aspiraciones, esperanzas y sueños, con una visión que reafirma nuestra historia y nuestro futuro comunes y reconoce que somos más ricos por nuestra diversidad y somos más que la suma de nuestras partes. Nuestra diversidad representa nuestra belleza y nuestra fuerza.
Las Naciones Unidas siguen siendo más pertinentes y esenciales que nunca 75 años después de su nacimiento.
La OMS se enorgullece de formar parte de la familia de las Naciones Unidas.
Asimismo, la OMS sigue comprometiéndose a trabajar con todos los países para garantizar que las Naciones Unidas estén a la altura de su nombre y aspiraciones.
Gracias.
Sra. Amina Mohamed, Vicesecretaria General,
excelencias, estimadas hermanas y hermanos:
Hace 75 años, mientras el mundo todavía se recuperaba lentamente del segundo conflicto mundial en 30 años, se concibió un nuevo proyecto: un proyecto surgido del sufrimiento, la muerte y la pérdida, pero también de la esperanza y la clara comprensión de que no hay futuro si no es en común.
Ese proyecto, por supuesto, eran las Naciones Unidas.
En los últimos 75 años, las Naciones Unidas han logrado muchos éxitos, pero también han afrontado muchos desafíos.
Sin embargo, nada es comparable a la pandemia de COVID-19, que ha tensado el propio tejido del multilateralismo.
Todos nos hemos enfrentado a desafíos y hemos tenido que aprender, pero la pandemia ha puesto de manifiesto lo que las Naciones Unidas pueden conseguir en su mejor momento.
Aunque la COVID-19 ha provocado una crisis sanitaria, ha tenido repercusiones en todas las esferas de la labor de las Naciones Unidas.
En el inicio de la pandemia, el Secretario General y yo acordamos activar el equipo de gestión de crisis de las Naciones Unidas, dirigido por el Director del Programa de Emergencias de la OMS, el Dr. Mike Ryan.
Hemos trabajado con colegas de toda la familia de las Naciones Unidas en numerosos ámbitos, como las cadenas de suministro, los viajes, las comunicaciones, las reuniones multitudinarias, la interacción entre animales y seres humanos o la labor conjunta en los países, entre otros.
Por ejemplo, hemos colaborado estrechamente con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y otros asociados para establecer el Sistema de Cadenas de Suministro de las Naciones Unidas, a través del cual se han entregado millones de pruebas y componentes de EPP en 179 países y territorios.
Me gustaría dar las gracias particularmente a Atul Khare, Mark Lowcock, Melissa Fleming, Robert Piper, Amer Daouidi y otros por su colaboración y apoyo.
La pandemia ha demostrado de lo que la humanidad es capaz tanto en su mejor como en su peor momento.
Por una parte, hemos sido testigos de actos inspiradores de compasión y sacrificio, proezas impresionantes en el ámbito de la ciencia y la innovación, y muestras de solidaridad conmovedoras.
Sin embargo, también se han observado casos inquietantes de egoísmo, elusión de responsabilidades y división.
Hasta la fecha se han notificado más de 60 millones de casos de COVID-19 a la OMS, y más de un millón y medio de personas han perdido la vida.
Aunque se trata de una crisis sanitaria mundial, es importante recordar que no todos los países han respondido de la misma manera ni se han visto afectados por igual.
Muchos países han logrado prevenir o contener la transmisión generalizada de COVID-19 con instrumentos de salud pública de reconocida eficacia.
No es fruto de la geografía o la demografía.
Estos países han demostrado que se puede domar al virus con ciencia, solidaridad y sacrificio.
Por otra parte, el virus se impone y se propaga allí donde la ciencia se pierde entre teorías conspirativas, donde la solidaridad se ve socavada por la división y donde el interés propio se antepone al sacrificio.
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Hoy me gustaría exponer cuatro esferas clave en las que necesitamos el liderazgo de las naciones, en el marco de las Naciones Unidas, para poner fin a la pandemia y construir el mundo posterior a la pandemia.
En primer lugar, es necesario invertir en vacunas para poner fin a la pandemia.
Los resultados positivos obtenidos en las últimas semanas en los ensayos de vacunas dejan ver, cada vez con mayor claridad, la luz al final del túnel.
Aunque el camino que tenemos por delante sigue siendo peligroso, podemos empezar a vislumbrar el fin de la pandemia.
Pero permítanme ser claro: un mundo en el que los pobres y marginados son pisoteados por los ricos y poderosos en la estampida por las vacunas simplemente es inaceptable.
Se trata de una crisis mundial, por lo que las soluciones deben compartirse equitativamente como bienes públicos mundiales, y no como productos privados que aumentan las desigualdades y se convierten en otra razón por la que algunas personas se quedan atrás. Nadie debe quedar atrás.
Y este principio debe aplicarse tanto dentro de los los países como entre ellos.
La tarea de reducir las desigualdades no comienza después de la pandemia. Debe ser parte integral de la respuesta.
Si el mundo no supera esta prueba, ¿qué esperanza hay de estar a la altura del alcance y la escala de los Objetivos de Desarrollo Sostenible?
La OMS estableció el Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19 en abril con el apoyo de muchos asociados.
Se trata de un proyecto de colaboración sin precedentes con dos objetivos: desarrollar vacunas, medios de diagnóstico y tratamientos rápidamente, y garantizar una asignación y entrega equitativas.
El Acelerador ACT ya ha producido resultados concretos.
Hemos llegado a un acuerdo para la compra de 120 millones de pruebas de diagnóstico rápido de bajo costo para los países de ingresos bajos y medianos.
Hemos asegurado suministros de dexametasona, el único medicamento que se ha demostrado que reduce el riesgo de muerte por COVID-19, para hasta 4,5 millones de pacientes en países de ingresos bajos.
Además, como parte del Acelerador ACT, 189 países y economías participan en el Mecanismo COVAX.
Sin embargo, a menos que se financie totalmente, el Acelerador ACT corre el peligro de acabar siendo un mero gesto noble.
El Acelerador ACT se enfrenta a un déficit de financiación inmediato de US$ 4 300 millones para sentar las bases para la adquisición y entrega masivas de vacunas, medios diagnósticos y tratamientos. El próximo año se necesitarán otros US$ 23 900 millones.
Permítanme poner la cifra en perspectiva: equivale a menos de la mitad del 1 por ciento de los US$ 11 billones que se destinarán a las medidas de estímulo anunciadas por los países del G20 hasta ahora.
Las vacunas son una inversión que se amortizará rápidamente y con creces.
Compartir los frutos de la ciencia no es caridad, sino que redunda en el interés superior de cada país.
===
En segundo lugar, debemos invertir en preparación para prevenir la próxima pandemia.
A pesar de las advertencias realizadas desde hace años, muchos países simplemente no estaban preparados para la COVID-19.
Muchos asumieron erróneamente que sus sólidos sistemas de salud los protegerían.
Muchos de los países que mejor han respondido a la pandemia son aquellos que han debido responder recientemente a brotes de SRAS, MERS, H1N1 y otras enfermedades infecciosas.
Ahora todos los países deben desarrollar esa misma «memoria muscular» e invertir en las medidas que predecirán, prevendrán, controlarán y mitigarán la próxima crisis.
También resulta evidente que es necesario prestar atención al sistema mundial de preparación.
El Reglamento Sanitario Internacional (RSI) es un instrumento jurídico poderoso, pero los países deben utilizarlo de manera más eficaz.
Está claro que el RSI solo puede tener éxito si se basa en la confianza mutua, la rendición de cuentas mutua, la transparencia mutua y la legitimidad política sólida.
En septiembre establecí un comité para examinar el funcionamiento del RSI durante la pandemia y formular recomendaciones encaminadas a fortalecer su aplicación, en particular en lo relativo al mecanismo binario para declarar una emergencia de salud pública de importancia internacional.
La OMS también está colaborando con varios países en la elaboración y puesta a prueba de un nuevo mecanismo, el examen universal de la salud y la preparación, en el que los países aceptan someterse a un proceso periódico y transparente de examen inter pares, similar al examen periódico universal utilizado por el Consejo de Derechos Humanos.
Además, acogemos con satisfacción la iniciativa propuesta por el Presidente del Consejo Europeo, mi amigo Charles Michel, de elaborar un tratado internacional que proporcione la base política para reforzar la aplicación del RSI y la seguridad sanitaria mundial. Muchas gracias, Presidente Michel.
La pandemia también ha demostrado que existe una necesidad urgente de un sistema establecido a nivel mundial para compartir material patógeno y muestras clínicas, a fin de facilitar el desarrollo rápido de medidas de respuesta médicas como bienes públicos mundiales.
Suiza ha ofrecido generosamente un laboratorio de alta seguridad en el que la OMS gestionaría un nuevo «biobanco» y ahora estamos desarrollando el marco en el que se facilitarían y compartirían muestras.
Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar las gracias a Tailandia e Italia por ser los dos primeros países que se han ofrecido como voluntarios para depositar muestras en el banco.
===
En tercer lugar, hay que invertir en salud como base de la paz y la prosperidad.
La pandemia ha demostrado que una crisis sanitaria no es solo una crisis sanitaria: es una crisis social, económica, política y humanitaria.
Millones de personas han perdido sus medios de vida, la economía mundial se ha visto sumida en la mayor recesión desde la Gran Depresión, las fisuras geopolíticas han aumentado y el sistema multilateral ha sido puesto en tela de juicio.
La falta de inversión en salud tiene consecuencias de gran alcance, mientras que la inversión en salud tiene grandes beneficios.
Hermana Amina, usted ha descrito la salud como el «punto de conexión» para todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible. No puedo estar más de acuerdo.
Invertir en salud es invertir en sociedades prósperas. Permite a las personas, las familias, las comunidades y las naciones florecer.
El mundo gasta anualmente en salud US$ 7,5 billones, casi el 10 por ciento del PIB mundial.
Sin embargo, la mayor parte de este gasto se realiza en los países más ricos y se dirige desproporcionadamente al tratamiento de enfermedades, en lugar de a la promoción y la protección de la salud.
Necesitamos replantearnos radicalmente la forma en que vemos y valoramos la salud.
En consecuencia, he creado un nuevo Consejo sobre los Aspectos Económicos de la Salud para Todos con miras a examinar y dilucidar los vínculos entre la salud y el crecimiento económico inclusivo e impulsado por la innovación.
El consejo estará presidido por la distinguida economista Mariana Mazzucato, y Su Excelencia Sanaa Marin, Primera Ministra de Finlandia, ha aceptado generosamente ser su patrocinadora. Kiitos, Excelencia.
La buena noticia es que ya existe un fuerte compromiso político en pro de la salud.
En la Asamblea General del año pasado, todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas convinieron en respaldar la declaración política de alto nivel sobre la cobertura sanitaria universal.
Adoptaron la visión de un mundo en el que todas las personas tienen acceso a servicios esenciales de salud, sin tener que hacer frente a dificultades económicas.
La pandemia ha puesto de relieve por qué la cobertura sanitaria universal es tan importante.
En el contexto de la pandemia, muchos países han ofrecido pruebas y tratamientos gratuitos contra la COVID-19 y han prometido la vacunación gratuita para sus poblaciones.
Han reconocido que la capacidad de pago no debería marcar la diferencia entre la enfermedad y la salud, entre la vida y la muerte.
¿No debería aplicarse el mismo principio a otras crisis como el cáncer, las cardiopatías, el VIH, la tuberculosis o el paludismo? ¿Y a servicios como la inmunización sistemática, la atención materna y el control del tabaco, que pueden prevenir una crisis y los costos que genera la lucha contra ella?
La cobertura sanitaria universal se basa en sistemas de salud sólidos.
Muchos de los países más afectados por la COVID-19 son aquellos con sistemas de salud muy medicalizados, con acceso a los medicamentos, dispositivos y especialistas más avanzados del mundo.
Todo ello tiene un gran valor, pero en demasiados países se han descuidado las inversiones en funciones de salud pública básicas, que requieren una inversión muy pequeña y constituyen los cimientos de naciones seguras y saludables.
En particular, una atención primaria de salud sólida constituye los ojos y oídos de todos los sistemas de salud y es un elemento esencial para prevenir y responder a emergencias de todo tipo, desde la crisis personal de un ataque cardiaco hasta un brote de un virus nuevo y mortal, como el actual.
Es fundamental invertir en funciones de salud pública básicas, especialmente en la atención primaria de salud, si queremos evitar otra crisis de estas dimensiones.
Todos los caminos deben conducir a la cobertura sanitaria universal, con una base sólida fundamentada en la atención primaria de salud.
===
Y, en cuarto lugar, debemos invertir en el multilateralismo para salvaguardar nuestro futuro común.
La vacuna ayudará a poner fin a la pandemia. Sin embargo, no abordará las vulnerabilidades que son la causa fundamental de la pandemia.
No hay vacuna contra la pobreza.
No hay vacuna contra el hambre.
No hay vacuna contra la desigualdad.
No hay vacuna contra el cambio climático.
Cuando termine la pandemia tendremos que enfrentarnos a desafíos aún mayores de los que existían antes de que comenzara.
En 2015, las naciones del mundo adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con su visión de amplio alcance sobre las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y las alianzas.
Ese mismo año, las naciones adoptaron el Acuerdo de París y la Agenda de Acción de Addis Abeba sobre la Financiación para el Desarrollo, y tuve el honor de presidir la reunión en la que se adoptó la Agenda de Acción de Addis Abeba.
El mundo acordó una visión común para el futuro.
Sin embargo, en los años transcurridos desde entonces hemos sido testigos de una peligrosa divergencia.
El Acuerdo de París ha sido socavado, los compromisos contraídos en la Agenda de Acción de Addis Abeba se han incumplido en su mayor parte, y, aunque se ha avanzado hacia la consecución de los ODS, muy a menudo nuestros esfuerzos se han visto compartimentados y fragmentados.
Juntos, debemos elegir una vez más la convergencia, la colaboración, la cooperación y la solidaridad. La convergencia y la divergencia son una elección.
Juntos, debemos escuchar el llamamiento del Secretario General relativo al Decenio de Acción para tratar de alcanzar los ODS con aún más innovación y determinación. Gracias, Secretario General.
El año pasado, la OMS y otros 11 organismos multilaterales se reunieron para poner en marcha el Plan de acción mundial a favor de una vida sana y bienestar para todos, a fin de ayudar a los países a lograr con mayor celeridad las metas de los ODS relacionadas con la salud.
Este tipo de colaboración, entre asociados y entre países, debe ser el sello distintivo de la era posterior a la pandemia.
Hemos demostrado juntos que, ante una crisis mundial, el mundo puede encontrar nuevas formas de colaboración para resolver problemas urgentes.
Y, juntos, debemos aprovechar esa misma urgencia e innovación para superar el amplio abanico de desafíos al que nos enfrentamos.
Nadie más lo hará, y no puede esperar.
Tenemos que hacerlo nosotros, y debemos hacerlo ahora.
La humanidad ha superado muchas plagas y pandemias en el pasado, y vamos a superar esta.
Pero no podemos, ni debemos, volver a los mismos modelos de producción y consumo basados en la explotación, el mismo desprecio por el planeta que sostiene toda la vida, el mismo ciclo de pánico y abandono, y la misma política divisiva que exacerbó esta pandemia.
La pandemia nos ha llevado a una bifurcación en el camino.
Detrás de nosotros está el camino habitual, el que nos llevó a esta crisis.
Ante nosotros se encuentra un nuevo camino: uno en el que las naciones no se ven a sí mismas como rivales en un «juego de suma cero», sino como compañeros de viaje con las mismas aspiraciones, esperanzas y sueños, con una visión que reafirma nuestra historia y nuestro futuro comunes y reconoce que somos más ricos por nuestra diversidad y somos más que la suma de nuestras partes. Nuestra diversidad representa nuestra belleza y nuestra fuerza.
Las Naciones Unidas siguen siendo más pertinentes y esenciales que nunca 75 años después de su nacimiento.
La OMS se enorgullece de formar parte de la familia de las Naciones Unidas.
Asimismo, la OMS sigue comprometiéndose a trabajar con todos los países para garantizar que las Naciones Unidas estén a la altura de su nombre y aspiraciones.
Gracias.