Alocución de apertura del Director General de ‎la OMS en el periodo extraordinario de ‎sesiones de la Asamblea General de las ‎Naciones Unidas

4 de diciembre de 2020
Su Excelencia el Sr. Volkan Bozkir, Presidente de la Asamblea General,‎

Sra. Amina Mohamed, Vicesecretaria General,‎

excelencias, estimadas hermanas y hermanos:‎

Hace 75 años, mientras el mundo todavía se recuperaba lentamente del segundo conflicto mundial en ‎‎30 años, se concibió un nuevo proyecto: un proyecto surgido del sufrimiento, la muerte y la pérdida, ‎pero también de la esperanza y la clara comprensión de que no hay futuro si no es en común.‎

Ese proyecto, por supuesto, eran las Naciones Unidas.‎

En los últimos 75 años, las Naciones Unidas han logrado muchos éxitos, pero también han afrontado ‎muchos desafíos.‎

Sin embargo, nada es comparable a la pandemia de COVID-19, que ha tensado el propio tejido del ‎multilateralismo.‎

Todos nos hemos enfrentado a desafíos y hemos tenido que aprender, pero la pandemia ha puesto ‎de manifiesto lo que las Naciones Unidas pueden conseguir en su mejor momento.‎

Aunque la COVID-19 ha provocado una crisis sanitaria, ha tenido repercusiones en todas las esferas de ‎la labor de las Naciones Unidas.‎

En el inicio de la pandemia, el Secretario General y yo acordamos activar el equipo de gestión de crisis ‎de las Naciones Unidas, dirigido por el Director del Programa de Emergencias de la OMS, el Dr. Mike ‎Ryan.‎

Hemos trabajado con colegas de toda la familia de las Naciones Unidas en numerosos ámbitos, como ‎las cadenas de suministro, los viajes, las comunicaciones, las reuniones multitudinarias, la interacción ‎entre animales y seres humanos o la labor conjunta en los países, entre otros.‎

Por ejemplo, hemos colaborado estrechamente con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el ‎Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y otros asociados para establecer el Sistema de ‎Cadenas de Suministro de las Naciones Unidas, a través del cual se han entregado millones de pruebas ‎y componentes de EPP en 179 países y territorios.‎

Me gustaría dar las gracias particularmente a Atul Khare, Mark Lowcock, Melissa Fleming, Robert Piper, ‎Amer Daouidi y otros por su colaboración y apoyo.‎

La pandemia ha demostrado de lo que la humanidad es capaz tanto en su mejor como en su peor ‎momento.‎

Por una parte, hemos sido testigos de actos inspiradores de compasión y sacrificio, proezas ‎impresionantes en el ámbito de la ciencia y la innovación, y muestras de solidaridad conmovedoras.‎

Sin embargo, también se han observado casos inquietantes de egoísmo, elusión de responsabilidades ‎y división.‎

Hasta la fecha se han notificado más de 60 millones de casos de COVID-19 a la OMS, y más de un millón ‎y medio de personas han perdido la vida.‎

Aunque se trata de una crisis sanitaria mundial, es importante recordar que no todos los países han ‎respondido de la misma manera ni se han visto afectados por igual.‎

Muchos países han logrado prevenir o contener la transmisión generalizada de COVID-19 con ‎instrumentos de salud pública de reconocida eficacia.‎

No es fruto de la geografía o la demografía.‎

Estos países han demostrado que se puede domar al virus con ciencia, solidaridad y sacrificio.‎

Por otra parte, el virus se impone y se propaga allí donde la ciencia se pierde entre teorías ‎conspirativas, donde la solidaridad se ve socavada por la división y donde el interés propio se antepone ‎al sacrificio.‎

‎===‎

Hoy me gustaría exponer cuatro esferas clave en las que necesitamos el liderazgo de las naciones, en ‎el marco de las Naciones Unidas, para poner fin a la pandemia y construir el mundo posterior a la ‎pandemia.‎

En primer lugar, es necesario invertir en vacunas para poner fin a la pandemia.‎

Los resultados positivos obtenidos en las últimas semanas en los ensayos de vacunas dejan ver, cada ‎vez con mayor claridad, la luz al final del túnel.‎

Aunque el camino que tenemos por delante sigue siendo peligroso, podemos empezar a vislumbrar el ‎fin de la pandemia.‎

Pero permítanme ser claro: un mundo en el que los pobres y marginados son pisoteados por los ricos y ‎poderosos en la estampida por las vacunas simplemente es inaceptable.‎

Se trata de una crisis mundial, por lo que las soluciones deben compartirse equitativamente como ‎bienes públicos mundiales, y no como productos privados que aumentan las desigualdades y se ‎convierten en otra razón por la que algunas personas se quedan atrás. Nadie debe quedar atrás.  ‎

Y este principio debe aplicarse tanto dentro de los los países como entre ellos.‎

La tarea de reducir las desigualdades no comienza después de la pandemia. Debe ser parte integral de ‎la respuesta.‎

Si el mundo no supera esta prueba, ¿qué esperanza hay de estar a la altura del alcance y la escala de ‎los Objetivos de Desarrollo Sostenible?‎

La OMS estableció el Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19 en abril con el apoyo ‎de muchos asociados.‎

Se trata de un proyecto de colaboración sin precedentes con dos objetivos: desarrollar vacunas, ‎medios de diagnóstico y tratamientos rápidamente, y garantizar una asignación y entrega equitativas.‎

El Acelerador ACT ya ha producido resultados concretos.‎

Hemos llegado a un acuerdo para la compra de 120 millones de pruebas de diagnóstico rápido de bajo ‎costo para los países de ingresos bajos y medianos.‎

Hemos asegurado suministros de dexametasona, el único medicamento que se ha demostrado que ‎reduce el riesgo de muerte por COVID-19, para hasta 4,5 millones de pacientes en países de ingresos ‎bajos.‎

Además, como parte del Acelerador ACT, 189 países y economías participan en el Mecanismo COVAX.‎

Sin embargo, a menos que se financie totalmente, el Acelerador ACT corre el peligro de acabar siendo ‎un mero gesto noble.‎

El Acelerador ACT se enfrenta a un déficit de financiación inmediato de US$ 4 300 millones para sentar ‎las bases para la adquisición y entrega masivas de vacunas, medios diagnósticos y tratamientos. El ‎próximo año se necesitarán otros US$ 23 900 millones.‎

Permítanme poner la cifra en perspectiva: equivale a menos de la mitad del 1 por ciento de los US$ 11 ‎billones que se destinarán a las medidas de estímulo anunciadas por los países del G20 hasta ahora.‎

Las vacunas son una inversión que se amortizará rápidamente y con creces.‎

Compartir los frutos de la ciencia no es caridad, sino que redunda en el interés superior de cada país.‎

‎===‎

En segundo lugar, debemos invertir en preparación para prevenir la próxima pandemia.‎

A pesar de las advertencias realizadas desde hace años, muchos países simplemente no estaban ‎preparados para la COVID-19.‎

Muchos asumieron erróneamente que sus sólidos sistemas de salud los protegerían.‎

Muchos de los países que mejor han respondido a la pandemia son aquellos que han debido ‎responder recientemente a brotes de SRAS, MERS, H1N1 y otras enfermedades infecciosas.  ‎

Ahora todos los países deben desarrollar esa misma «memoria muscular» e invertir en las medidas que ‎predecirán, prevendrán, controlarán y mitigarán la próxima crisis.‎

También resulta evidente que es necesario prestar atención al sistema mundial de preparación.‎

El Reglamento Sanitario Internacional (RSI) es un instrumento jurídico poderoso, pero los países deben ‎utilizarlo de manera más eficaz.‎

Está claro que el RSI solo puede tener éxito si se basa en la confianza mutua, la rendición de cuentas ‎mutua, la transparencia mutua y la legitimidad política sólida.‎

En septiembre establecí un comité para examinar el funcionamiento del RSI durante la pandemia y ‎formular recomendaciones encaminadas a fortalecer su aplicación, en particular en lo relativo al ‎mecanismo binario para declarar una emergencia de salud pública de importancia internacional.‎

La OMS también está colaborando con varios países en la elaboración y puesta a prueba de un nuevo ‎mecanismo, el examen universal de la salud y la preparación, en el que los países aceptan someterse a ‎un proceso periódico y transparente de examen inter pares, similar al examen periódico universal ‎utilizado por el Consejo de Derechos Humanos.‎

Además, acogemos con satisfacción la iniciativa propuesta por el Presidente del Consejo Europeo, mi ‎amigo Charles Michel, de elaborar un tratado internacional que proporcione la base política para ‎reforzar la aplicación del RSI y la seguridad sanitaria mundial. Muchas gracias, Presidente Michel.‎

La pandemia también ha demostrado que existe una necesidad urgente de un sistema establecido a ‎nivel mundial para compartir material patógeno y muestras clínicas, a fin de facilitar el desarrollo rápido ‎de medidas de respuesta médicas como bienes públicos mundiales.‎

Suiza ha ofrecido generosamente un laboratorio de alta seguridad en el que la OMS gestionaría un ‎nuevo «biobanco» y ahora estamos desarrollando el marco en el que se facilitarían y compartirían ‎muestras.‎

Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar las gracias a Tailandia e Italia por ser los dos ‎primeros países que se han ofrecido como voluntarios para depositar muestras en el banco.‎

‎===‎

En tercer lugar, hay que invertir en salud como base de la paz y la prosperidad.‎

La pandemia ha demostrado que una crisis sanitaria no es solo una crisis sanitaria: es una crisis social, ‎económica, política y humanitaria.                                                                     ‎

Millones de personas han perdido sus medios de vida, la economía mundial se ha visto sumida en la ‎mayor recesión desde la Gran Depresión, las fisuras geopolíticas han aumentado y el sistema ‎multilateral ha sido puesto en tela de juicio.‎

La falta de inversión en salud tiene consecuencias de gran alcance, mientras que la inversión en salud ‎tiene grandes beneficios.‎

Hermana Amina, usted ha descrito la salud como el «punto de conexión» para todos los Objetivos de ‎Desarrollo Sostenible. No puedo estar más de acuerdo.‎

Invertir en salud es invertir en sociedades prósperas. Permite a las personas, las familias, las ‎comunidades y las naciones florecer.‎

El mundo gasta anualmente en salud US$ 7,5 billones, casi el 10 por ciento del PIB mundial.‎

Sin embargo, la mayor parte de este gasto se realiza en los países más ricos y se dirige ‎desproporcionadamente al tratamiento de enfermedades, en lugar de a la promoción y la protección ‎de la salud.‎

Necesitamos replantearnos radicalmente la forma en que vemos y valoramos la salud.‎

En consecuencia, he creado un nuevo Consejo sobre los Aspectos Económicos de la Salud para Todos ‎con miras a examinar y dilucidar los vínculos entre la salud y el crecimiento económico inclusivo e ‎impulsado por la innovación.‎

El consejo estará presidido por la distinguida economista Mariana Mazzucato, y Su Excelencia Sanaa ‎Marin, Primera Ministra de Finlandia, ha aceptado generosamente ser su patrocinadora. Kiitos, ‎Excelencia.‎

La buena noticia es que ya existe un fuerte compromiso político en pro de la salud.‎

En la Asamblea General del año pasado, todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas ‎convinieron en respaldar la declaración política de alto nivel sobre la cobertura sanitaria universal.‎

Adoptaron la visión de un mundo en el que todas las personas tienen acceso a servicios esenciales de ‎salud, sin tener que hacer frente a dificultades económicas.‎

La pandemia ha puesto de relieve por qué la cobertura sanitaria universal es tan importante.‎

En el contexto de la pandemia, muchos países han ofrecido pruebas y tratamientos gratuitos contra la ‎COVID-19 y han prometido la vacunación gratuita para sus poblaciones.‎

Han reconocido que la capacidad de pago no debería marcar la diferencia entre la enfermedad y la ‎salud, entre la vida y la muerte.‎

‎¿No debería aplicarse el mismo principio a otras crisis como el cáncer, las cardiopatías, el VIH, la ‎tuberculosis o el paludismo? ¿Y a servicios como la inmunización sistemática, la atención materna y el ‎control del tabaco, que pueden prevenir una crisis y los costos que genera la lucha contra ella?‎

La cobertura sanitaria universal se basa en sistemas de salud sólidos.‎

Muchos de los países más afectados por la COVID-19 son aquellos con sistemas de salud muy ‎medicalizados, con acceso a los medicamentos, dispositivos y especialistas más avanzados del mundo.‎

Todo ello tiene un gran valor, pero en demasiados países se han descuidado las inversiones en ‎funciones de salud pública básicas, que requieren una inversión muy pequeña y constituyen los ‎cimientos de naciones seguras y saludables.‎

En particular, una atención primaria de salud sólida constituye los ojos y oídos de todos los sistemas de ‎salud y es un elemento esencial para prevenir y responder a emergencias de todo tipo, desde la crisis ‎personal de un ataque cardiaco hasta un brote de un virus nuevo y mortal, como el actual.‎

Es fundamental invertir en funciones de salud pública básicas, especialmente en la atención primaria ‎de salud, si queremos evitar otra crisis de estas dimensiones.‎

Todos los caminos deben conducir a la cobertura sanitaria universal, con una base sólida ‎fundamentada en la atención primaria de salud.‎

‎===‎

Y, en cuarto lugar, debemos invertir en el multilateralismo para salvaguardar nuestro futuro común.‎

La vacuna ayudará a poner fin a la pandemia. Sin embargo, no abordará las vulnerabilidades que son la ‎causa fundamental de la pandemia.‎

No hay vacuna contra la pobreza.‎

No hay vacuna contra el hambre.‎

No hay vacuna contra la desigualdad.‎

No hay vacuna contra el cambio climático.‎

Cuando termine la pandemia tendremos que enfrentarnos a desafíos aún mayores de los que existían ‎antes de que comenzara.‎

En 2015, las naciones del mundo adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con su visión de ‎amplio alcance sobre las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y las alianzas.‎

Ese mismo año, las naciones adoptaron el Acuerdo de París y la Agenda de Acción de Addis Abeba ‎sobre la Financiación para el Desarrollo, y tuve el honor de presidir la reunión en la que se adoptó la ‎Agenda de Acción de Addis Abeba.‎

El mundo acordó una visión común para el futuro.‎

Sin embargo, en los años transcurridos desde entonces hemos sido testigos de una peligrosa ‎divergencia.‎

El Acuerdo de París ha sido socavado, los compromisos contraídos en la Agenda de Acción de Addis ‎Abeba se han incumplido en su mayor parte, y, aunque se ha avanzado hacia la consecución de los ‎ODS, muy a menudo nuestros esfuerzos se han visto compartimentados y fragmentados.‎

Juntos, debemos elegir una vez más la convergencia, la colaboración, la cooperación y la solidaridad. La ‎convergencia y la divergencia son una elección.‎

Juntos, debemos escuchar el llamamiento del Secretario General relativo al Decenio de Acción para ‎tratar de alcanzar los ODS con aún más innovación y determinación. Gracias, Secretario General.‎

El año pasado, la OMS y otros 11 organismos multilaterales se reunieron para poner en marcha el Plan ‎de acción mundial a favor de una vida sana y bienestar para todos, a fin de ayudar a los países a lograr ‎con mayor celeridad las metas de los ODS relacionadas con la salud.‎

Este tipo de colaboración, entre asociados y entre países, debe ser el sello distintivo de la era posterior ‎a la pandemia.‎

Hemos demostrado juntos que, ante una crisis mundial, el mundo puede encontrar nuevas formas de ‎colaboración para resolver problemas urgentes.‎

Y, juntos, debemos aprovechar esa misma urgencia e innovación para superar el amplio abanico de ‎desafíos al que nos enfrentamos.‎

Nadie más lo hará, y no puede esperar.‎

Tenemos que hacerlo nosotros, y debemos hacerlo ahora.  ‎

La humanidad ha superado muchas plagas y pandemias en el pasado, y vamos a superar esta.‎

Pero no podemos, ni debemos, volver a los mismos modelos de producción y consumo basados en la ‎explotación, el mismo desprecio por el planeta que sostiene toda la vida, el mismo ciclo de pánico y ‎abandono, y la misma política divisiva que exacerbó esta pandemia.‎

La pandemia nos ha llevado a una bifurcación en el camino.‎

Detrás de nosotros está el camino habitual, el que nos llevó a esta crisis.‎

Ante nosotros se encuentra un nuevo camino: uno en el que las naciones no se ven a sí mismas como ‎rivales en un «juego de suma cero», sino como compañeros de viaje con las mismas aspiraciones, ‎esperanzas y sueños, con una visión que reafirma nuestra historia y nuestro futuro comunes y ‎reconoce que somos más ricos por nuestra diversidad y somos más que la suma de nuestras partes. ‎Nuestra diversidad representa nuestra belleza y nuestra fuerza.‎

Las Naciones Unidas siguen siendo más pertinentes y esenciales que nunca 75 años después de su ‎nacimiento.‎

La OMS se enorgullece de formar parte de la familia de las Naciones Unidas.‎

Asimismo, la OMS sigue comprometiéndose a trabajar con todos los países para garantizar que las ‎Naciones Unidas estén a la altura de su nombre y aspiraciones.‎

Gracias.‎