Buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Quisiera comenzar la conferencia de hoy con una actualización sobre el brote de ebola en la provincia de Ecuador, en la República Democrática del Congo.
El brote sigue aumentando y extendiéndose geográficamente. Ayer se registró el caso número 100, y ha habido 43 muertes en 11 zonas sanitarias de toda la provincia.
Actualmente hay un retraso de unos cinco días desde que aparecen los síntomas hasta que se notifica una alerta por un caso sospechoso.
Se trata de una circunstancia preocupante, porque cuanto más tiempo pasa un paciente sin tratamiento, menores son sus posibilidades de supervivencia y más tiempo puede el virus propagarse sin ser detectado en las comunidades.
La situación se ha complicado aún más por una huelga de profesionales sanitarios, que está afectando a actividades como la vacunación y la inhumación segura.
La República Democrática del Congo cuenta con el personal sanitario mejor capacitado del mundo para el ebola. Esta situación debe resolverse lo antes posible.
La OMS, junto con nuestros asociados, está trabajando intensamente en las comunidades para detectar casos y reducir esa dilación.
También estamos apoyando al Gobierno de la República Democrática del Congo para que asuma un papel más destacado en la respuesta, y para preparar las zonas que no se han visto afectadas hasta ahora.
Sigue habiendo una necesidad urgente de mayores recursos humanos y capacidad logística para apoyar una respuesta eficaz en una zona geográfica cada vez más extensa, y para ayudar a los funcionarios de salud a detectar los casos con mayor prontitud.
El Gobierno de la República Democrática del Congo ha elaborado un plan que necesita unos US$ 40 millones. Instamos a los asociados a que apoyen el plan.
Pasamos a hablar de la COVID-19.
El mes pasado, mi colega la Dra. Maria van Kerkhove se puso en contacto con un grupo llamado LongCovidSOS que representa a pacientes con efectos a largo plazo de la infección por COVID-19.
Hoy he tenido el privilegio de hablar con ellos. Nos hablaron de su experiencia y de los retos a los que se enfrentan. Esos pacientes quieren tres cosas: reconocimiento, rehabilitación e investigación.
Reconocimiento de su enfermedad, servicios de rehabilitación adecuados y más investigación sobre los efectos a largo plazo de esta nueva enfermedad.
Aunque hemos aprendido mucho sobre la enfermedad, solo disponemos de una experiencia de menos de ocho meses a la que recurrir. Todavía sabemos relativamente poco acerca de los efectos a largo plazo.
Mi mensaje a esos pacientes fue: los escuchamos alto y claro, y asumimos el compromiso de trabajar con los países para garantizar que reciban los servicios que necesitan, así como de avanzar en la investigación para brindarles una mejor atención.
A nivel mundial, hay más de 22 millones de casos notificados de COVID-19 y 780.000 muertes.
Ahora bien, lo que importa no es solo el número de casos y fallecidos. En muchos países, el número de pacientes que necesitan hospitalización y atención avanzada sigue siendo elevado, lo que ejerce una enorme presión sobre los sistemas de salud e influye en la prestación de servicios para otras necesidades sanitarias.
Varios países del mundo están registrando ahora nuevos brotes después de un largo periodo con poca o ninguna transmisión.
Estos países son una advertencia para los que ahora están experimentando una tendencia a la baja en los casos registrados.
Progresar no significa vencer.
Lo cierto es que la mayoría de las personas siguen siendo susceptibles a este virus.
Por eso, es vital que los países sean capaces de detectar y prevenir rápidamente los conglomerados de casos, a fin de evitar la transmisión comunitaria y la posibilidad de nuevas restricciones.
Ningún país se podrá librar de esto hasta que tengamos una vacuna.
Una vacuna será un instrumento fundamental, y confiamos en tener una lo antes posible.
Sin embargo, no hay ninguna garantía de que la vayamos a conseguir, e incluso si disponemos de ella, por sí sola no acabará con la pandemia.
Todos debemos aprender a controlar y manejar este virus con los medios de los que disponemos ahora y hacer los ajustes necesarios en nuestra vida diaria para protegernos a nosotros mismos y a los demás.
Los confinamientos permitieron a muchos países suprimir la transmisión y aliviar la presión de sus sistemas de salud.
Ahora bien, no son una solución a largo plazo para ningún país.
No necesitamos elegir entre vidas y medios de vida, ni entre la salud y la economía. Esa es una disyuntiva falsa.
Antes bien, la pandemia es un recordatorio de que la salud y la economía son inseparables.
La OMS se ha comprometido a trabajar con todos los países para avanzar en una nueva etapa de apertura segura de sus economías, sociedades, escuelas y empresas.
Para ello, todas las personas deben implicarse. Todos y cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de mejorar la situación. Todas las personas, familias, comunidades y naciones deben tomar sus propias decisiones, según el nivel de riesgo del lugar donde vive.
Eso significa que cada persona y familia tienen la responsabilidad de conocer el nivel de transmisión local y de comprender lo que pueden hacer para protegerse a sí mismos y a los demás.
Al mismo tiempo, no volveremos a la vida de antes; no podemos.
A lo largo de la historia, los brotes y las pandemias han cambiado las economías y las sociedades. Esta vez no será diferente.
En concreto, la pandemia ha dado un nuevo impulso a la necesidad de acelerar las iniciativas para responder al cambio climático.
Nos ha permitido entrever cómo podría ser nuestro mundo: cielos y ríos más limpios.
Reconstruir para mejorar significa reconstruir de forma más respetuosa con el medio ambiente.
En mayo, la OMS publicó un manifiesto a favor de una recuperación saludable y respetuosa con el medio ambiente, en la que figuran seis recomendaciones de política para proteger la naturaleza, invertir en agua y saneamiento, promover sistemas alimentarios sanos, hacer una transición a las energías renovables, construir ciudades habitables y dejar de subvencionar los combustibles fósiles.
En julio añadimos «medidas factibles» para cada una de esas recomendaciones de política: proporcionamos 81 medidas concretas con miras a que los responsables de la formulación de políticas construyan un mundo más saludable, más justo y más respetuoso con el medio ambiente.
Desde entonces, más de 40 millones de profesionales sanitarios de 90 países han enviado una carta a los líderes del G20 para pedir una recuperación saludable de la COVID-19.
Además, hemos visto muchos ejemplos de países que actúan para proteger vidas, medios de vida y el planeta del que dependen.
Nairobi (Kenya) está mejorando los parques, añadiendo bosques urbanos, construyendo más aceras y mejorando los drenajes.
El Pakistán ha establecido un plan de «estímulos verdes», que ofrece la oportunidad de ganar dinero plantando árboles a los trabajadores que están sin trabajo a consecuencia del confinamiento.
En el Reino Unido, el uso del carbón, la forma de energía más contaminante, cayó a su nivel más bajo en 250 años.
España va camino de convertirse en una de las naciones que reduce con más rapidez sus emisiones de carbono: recientemente han sido cerradas 7 de las 15 centrales eléctricas de carbón del país.
Portugal ha anunciado que dejará de utilizar el carbón para el próximo año.
Chile se ha comprometido a reducir la contaminación atmosférica y el aerosol de carbono negro.
Grandes ciudades como París se han comprometido a convertirse en «ciudades de 15 minutos», en las que se puede llegar fácilmente a pie o en bicicleta a todos los servicios, lo que reducirá la contaminación atmosférica y el cambio climático.
Las dificultades son siempre una oportunidad para aprender, crecer y cambiar.
La COVID-19 es una crisis sanitaria que ocurre una vez por siglo, pero también nos da una oportunidad única en un siglo de dar forma al mundo que nuestros hijos heredarán: el mundo que queremos.
Gracias.